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Vanity Fea

La condesa rusa

 Anda por los cines esta película de Merchant Ivory, The White Countess (2005), que sin embargo no pertenece al género heritage film, a no ser por el guión de Kazuo Ishiguro, ya una institución británica. Aquí Ishiguro nos muestra a sus compatriotas, precedidos por un siniestro facilitador, invadiendo China por capítulos. Esta vez le toca a Shanghai, donde entran al final a sangre y fuego las tropas japonesas rompiendo el complicado equilibrio que mantenía la ciudad entre Oriente, Occidente, el Kuomintang y los comunistas.

Entre lo que se llevan por delante está el negocio de un amigo del siniestro facilitador, el protagonista de la película, un antiguo diplomático y hombre de negocios americano, ahora ciego tras un atentado terrorista en el que murió su hija. (El tema terrorista no deja de ser una alusión a la historia que nos rodea velis nolis). Bueno, pues el americano nolis, y había decidido crearse una burbujita de irrealidad y ambivalencia sexual montando un cabaret con toda su fortuna: "La condesa rusa". Y contrata a una auténtica condesa arruinada, antes a dancer for money, que le sugiere a él misterio, tragedia, sufrimiento.

La condesa dispuesta a enamorarse de su jefe, sobre todo si es decente; y él la mantiene a distancia, a ella y a su niña, pues la condesa es viuda, y a sus parientes aristócratas arruinados. Todo esto sin sexo, ni rozarse.  Al final, enamorado de ella, le da dinero que ella necesita para comprar el visado y dejar la ciudad. Lo que no saben ni ella ni él es que sus posh parientes la piensan dejar atrás, por pijerío: se avergüenzan de la vida que ha llevado ella por los bajos fondos, y eso que ella los mantenía.

El ambiente de los exiliados rusos es el que se reconoce de las novelas de Nabokov, o de relatos como "A Russian Beauty". Aquí el final es menos tragedia banal y más comedia banal, pues al final el americano, ya arruinado, pide a la condesa a ver si pueden "ayudarse mutuamente", y ella acepta encantada mientras dejan en un junco a Shanghai siendo ocupado por los japoneses.

El americano había sido un conocido diplomático, ahora desengañado de la política; sólo sueña con aislarse del mundo (un poco personificación de los USA de entreguerra, en ese sentido); pero su burbujilla de perfección, el cabaret, sueño que compartía con su "amigo" japonés, demuestra la inutilidad o al menos lo efímero y frágil de esos proyectos. El "elemento artístico" que da el cabaret quizá pueda leerse como una alegoría de la propia película, que es la tercera Condesa Rusa que encontramos, un anacronismo aristocrático de tiempos mejores, quizá como todos los heritage films, escépticos quizá Merchant-Ivory de sí mismos, y hacen así una película más invadida por el paso militar de la historia. Un tema de leve interés humano (leve al ser el personaje tan deshumanizado) lo da el espía japonés que prepara la invasión pero querría sin embargo vivir con su amigo americano la fantasía de ese espacio fuera de la historia. "The larger frame" puede con ambos, pero es que no había relación, para empezar. Como ámbito de perfección, un cabaret con matones, commedia dell'arte gay y condesas contratadas tiene un techo tal que hasta aquí. Y vaya qué poco había aprendido el americano de la realidad en sus años de Realpolitik, si cree que lo que haga no tiene que ver con las circunstancias de alrededor. Especialmente patético su plan de añadir "tensión política" al pequeño mundo de puertas adentro con una combinación calculada de invitaciones a personajes indeseables de partidos contrarios.

Otro toque de historia significativo da el judío vecino de la condesa ("sucio judío" para sus parientes cuando se descaran con él). Él hace como que no oye los insultos antisemitas: explica que contento con haber logrado escapar de Alemania, se da por satisfecho con hacerse el sordo. (Ismail Merchant, por cierto, a pesar del nombre venía de familia árabe de Bombay; murió durante la producción de la película).

Buena escena por cierto cuando avanzan los japoneses en filas cerradas y bayoneta calada, estilo Acorazado Potemkin, y se tropieza con ellos el ciego buscando a su condesa:

- "Por favor, caballeros. Sólo quiero pasar"
- y el sargento ladra una orden y los soldados se apartan y lo dejan pasar.

Viva Occidente, viva el estilo con estilo, y el individuo, y vivan los sueños de perfección y nostalgia de lo que se perdió de modo imposible o de lo que quizá ni existió. La condesa sí era condesa, no obstante, ahora ya no sabemos si lo es o lo será. Pero las condesas rusas son un tema demasiado manido: hasta en Anastasia versión dibujos animados había escenas de nostalgia zarista parecidas a las de esta película, o mejores casi.

Y la película demasiado lenta, sin argumentos secundarios de sustancia y por tanto un poco obsesiva; derivada de una estructura de cuento o de novella más que de novela. En ese sentido un pelín cargante; y la vida asexuada del patrón del cabaret, bueno, porque nos lo dicen, hay que creérselo. Un poco planos, los personajes, supeditados a su función en el guión (por ej., no sex at all, lo que digo). Una cosa sí está impecable, logradísima, de modo que te teleporta a los años treinta: la ambientación. Nada más por eso vale la pena no perdérsela.

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