Un buen año
(A Good Year). Joven ejecutivo agresivo del parquet bursátil de Londres hereda caserón francés de un tío, primero piensa venderlo, y luego decide quedarse para dedicarse a la vida rural y a una bonita francesa que va en el lote. De paso se vuelve generoso y comparte la herencia con su prima ilegítima recién descubierta.
Pasable la película de Ridley Scott—bueno, es de Ridley Scott, ¿no? Qué menos. Pero un tanto predictable de más, lo cual detrae. El casting y el acting: bueno, pues este señor Crowe tiene casi tantos tacos como yo, y le quitan diez por el morro, cosa que no acaba de colar. Para joven galán tiburoncillo pues no sé si está ya; su cosecha será buena pero es más gran reserva que vino joven. La francesa (Marion Cotillard) está deliciosa como debería estar, pero para ser mujer difícil y exigente se deja seducir echando virutas por el primer asshole simpático que pasa, comprometiéndose de por vida con él tras apenas cambiar diez frases y un polvo. El tema del romance está precipitadamente llevado; falla el ritmo lento que quiere transmitir la película al colisionar con el calendario acelerado que nos llega desde Londres, y el efecto es de eso, de efecto predeterminado. Defecto. Tampoco me acaba de llegar el encanto indiscutible para todos del Tío Henry... aunque su moto era tan encantadora como la mía, y sin duda para su sobrino bien podía tener encanto el tío que iba encima. Los flashbacks poco aportan al argumento, sólo al ambiente campestre de niñez idílica; así que parecen bastante irrelevantes y gratuitos. Menos uno, cuando descubrimos que la francesita ya le había dado un beso al muchacho cuando eran niños y él veraneaba con su tío... abriendo así la posibilidad de que quizá sabía ella más de él que él de ella. Por ejemplo, sabía dónde estaba el grifo de la piscina. Lo increíble de este flashback es que se hubiese olvidado él de la niña, vamos hombre. Y es que tanto éste como los otros, aunque técnicamente bien ligados, quedan curiosamente inconexos con el personaje que se supone los experimenta; igual es por lo repelente de su caracterización, todo efecto de conciencia o memoria íntima sobre el personaje parece gratuito y ajeno a él.
Una película con mensaje tipo feelgood, beatus ille, etc., aunque a decir verdad la decisión de Crowe de irse por la apartada vía, back to basic kiss, no parece nada difícil, dada la comunidad utópica campestre que lo rodea al final. Más increíble es que un personaje del calibre que vemos al principio cambie jamás, y cuánto menos que coja una brocha o una escoba. Eso sí es ciencia ficción, y no lo que hacía antes Ridley Scott. Para comedia, aún le falta mano, a él o al guionista.
Lo que más me ha gustado.... Que yo también de niño veraneaba en Francia, en el caserón de la aldea de mis abuelos. Y que aquellos también fueron buenos años, buenos veranos... de los que siempre te acompañan aunque te acabes dedicando al parquet bursátil. En realidad el lugar de los recuerdos sagrados está en el pasado, ahí están bien guardados si es que es un sitio donde algo se ubique; e inútil sería intentar viajar a ellos en el espacio-tiempo, ni a Francia. Están en otra dimensión. Vamos a dedicarle al buen año ese (y a aquella tarde soleada que nunca pasa) una jotica de Carmen París que lo resume:
Llevo en mi pecho guardados
La emoción de aquellas horas
Y el azul de aquel verano...
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