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Vanity Fea

Proceso de Juana de Arco

A través de Cinegoza me entero de que echan esta película de Besson—oops, perdón, de Bresson, Procès de Jeanne d'Arc (1962), justo a la vuelta de la esquina de mi casa, en un local cultural del Colegio de Ingenieros Industriales. En la vida me hubiese enterado si no. Así que explorando el barrio nos vamos con Abo y escuchamos la interesante presentación de Luis Betrán antes de la proyección. Ya iba yo a mencionar la malvada Juana de Arco de Shakespeare para añadirla a la lista de las Juanas, cuando la recuerda también el presentador.

La de esta película es buena, claro, una persona original, independiente y de fuerte determinación (algo extraterrestre), atrapada en la maquinaria de la política internacional y eclesiástica. Bastante interesante la insistencia en que fuese ella misma quien se vistiera de hombre, "sin forzarla"... es un decir, claro. Todo un asunto de domeñar la voluntad. Y de tratamiento de las voluntades va la manera de enfocar la película. La película se basa en la teoría de Bresson, un tanto minimalista, que quería añadir intensidad a los personajes a través del control rígido de los movimientos de los actores, a través precisamente de la inexpresividad (que lleva a apreciar los mínimos). La inexpresividad les sienta bien a los eclesiásticos, claro, pero no menos bien a Juana, presa de sus iluminaciones. Queda muy bien retratada la manera en que el Sistema totalitario (alegoría de los fascismos de la época de Bresson) no puede tolerar excepciones a su regla; a la manera del maoísmo, de 1984 o del panóptico foucaultiano (aquí una grieta en la pared de la celda de Juana, que da paso a la cámara)—hay que vigilar, castigar y hacer que haga "autocrítica voluntaria" la oveja negra. Y seguidamente se procede a su destrucción. La Iglesia en especial tolera mal cualquier contacto directo con la divinidad que cuestione su papel mediador. Los visionarios, místicos, inspirados, son sospechosos para los burócratas—sobre eso tiene muy buenos ensayos José Ángel Valente. En esta película el sistema disciplinario va bien servido por la severidad del método seguido por el director—que también es un totalizante.

Minimalismo de gestos, y minimalismo de punto de vista, también, a base de repetitividad de enfoques e inmovilidad de la cámara. En blanco y negro, por supuesto. Un tanto beckettiano queda a veces el resultado, más exactamente entre T. S. Eliot, Beckett, Dreyer y Eisenstein, haga usted un cóctel. Ahora bien, en absoluto me convence esa teoría del "cinematógrafo" que propugnaba Bresson, supuestamente para vaciar al cine de "teatro"... Lo que sí consigue es poner todo el proceso bajo un control más estricto del director (un poco como Beckett dictando los gestos y movimientos de ojos a los actores en sus acotaciones). Se vacía artificialmente, de modo bastante sistemático, la expresividad de los actores y la interferencia de estilos de actuación identificables, o que estén de moda—en ese sentido, se subordina el trabajo de los actores("modelos" decía Bresson, no quería ni actores) al Plan del director-Auteur. Pero el resultado es en todo caso antes más teatral que menos. Contribuye por cierto la repetición obsesiva de encuadres y de movimientos en la escena. Un teatro del siglo XX, pero teatro, por supuesto. Todo esto (así como el rechazo a otros directores, estilos, etc.) parece más bien una manera que tenía Bresson de ponerse anteojeras para hacer lo que quería hacer a su estilo—en absoluto una teoría fiable sobre la relación mutua de cine y teatro. Hay que tener cuidado con el minimalismo, que a base de vaciar, no acabe en mini-malismo... Y es que quitar no es siempre añadir, a veces te encuentras que queda poca chicha.

No es siempre ese el caso en esta película, que a pesar de su dieta estricta tiene momentos inolvidables y no a base de machaconería: lo son los primeros, y sobre todo las secuencia última, con Juana por fin vestida de mujer y andando a pasitos de falda de tubo hacia la hoguera—y el humo abstracto, y el tronco quemado al final. Y sí, es en cierto modo más intensa que la de Besson. Pero Juana de Arco aún esperaba a quien se haga con toda su historia con más energía y ambición (y no sólo con unos planos selectos), y, aun al margen de las batallitas, Besson también hizo cosas que no habían hecho sus predecesores... mal que les pese. Pero aún queda material aquí para futuros directores, me parece.

La mort en direct


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