Asco de fútbol
Me pone enfermo el fútbol, y hoy me quedo ancho despotricando aquí contra él. Normalmente lo ignoro. Pero no quiero que quede sin manifestar mi desprecio e indignación hacia un país que dedica a esta actividad, masivamente, tanta energía psíquica, atención, tiempo y dinero. Casi todos los tipos de homosocialidad me pudren—el fútbol más. Gracias a Dios, ahora vivo lejos del estadio y me ahorro la visión de las peregrinaciones de fin de semana de las buenas gentes, y de las malas, a ver su partido. La televisión no la veo desde hace años (bueno, he visto un par de películas en los últimos diez años y me he arrepentido, por el tema anuncios)—así que de eso no hablo. Pero la radio está plagada de fútbol, a veces hasta las cejas. No aguanto un programa de fútbol: cuando oigo que empieza, o que alguien se ha dejado una radio encendida con uno, corro a apagarlo, chocando con los muebles. Cuando sintonizo la radio, reconozco los programas de fútbol al microsegundo—esa tensión especial en la garganta que ponen los locutores, para significar que están poseídos y fuera de sí por el contacto con el simbólico objeto de deseo—casi un canto de tenor, de tenores mutuamente embelesados, son las voces de los locutores hablando de fútbol, la misma voz emplean los paisanos en los bares, en la medida de sus posibilidades.
Algún efecto terapéutico tendrá, me dicen... Todo el mundo necesita, supongo, un clavo en el que colgar lo que cree es la auténtica esencia de la felicidad, del contacto con la verdadera vida (esa ilusión)—ilusiones, ilusiones para ilusos. Pero... —¿tenía que ser el fútbol? ¿Para Tódios? Pues sí, tenía que ser. Pero no voy a perder un minuto más hablando de fútbol, sólo quería que constase, for the récord, mi rechazo absoluto, cósmico, visceral, sin matices, a este ídolo nacional y a todo lo que lo rodea. Y muy en especial a las entrevistas a los futbolistas y a las especulaciones sobre fichajes. Y más que nada más que nada, a esa voz, a ese canturreo entusiasmado con la garganta prieta...
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