Exactamente en el centro del mundo
Dos cosas divertidas sobre egocentrismo que cuenta Gérard Genette en Bardadrac. La primera, un chiste:
Sale un tipo de las escaleras del metro y se encuentra con un plano de barrio, de esos que señalan con un punto rojo la situación donde están, y un letrero que dice "VD. SE ENCUENTRA AQUI". El tipo, sorprendido y un tanto inquieto: "Ostras, ¡pues sí que corren deprisa las noticias!"
Y luego la nota sobre la Mediocridad, que traduzco:
"No es mediocre todo el que quiere", decía Renan. Durante mucho tiempo me pareció que esta boutade era paradójica, pero ahora caigo en que para muchos (y no me exceptúo) la mediocridad consituiría un progreso notable, como para ese Rey Sol cuyo talento lo situaba Saint-Simon justo "por debajo de la mediocridad", o para ese hombre de letras del que dice Beaumarchais (y cargo un poco la tinta) que sólo le faltaba un poco de talento para elevarse hasta el lugar común. Sin embargo, persiste la paradoja, porque nadie de hecho aspira a la mediocridad, sino por supuesto a la excelencia, y nadie sabe de sí que es mediocre: se alternan las fases depresivas, en las que se ve uno nulo, y las exaltadas, en las que se cree uno sublime. Se acomoda uno mal a ser mediano, a estar en algún lugar entre la mitad de la clase, y nada es más difícil que medirse a uno mismo, una medición forzosamente relativa. Esta incapacidad no afecta únicamente a los individuos, sino también a los grupos, en particular a las naciones, y más en concreto a la nuestra: en deporte y en otras cuestiones, el chauvinismo francés oscila constantemente entre la autoexaltación y la autodenigración que es la otra cara inseparable de la moneda.
(Creo que Genette peca de chauvinismo al decir que los franceses destacan en esto... Donde somos especialistas, es aquí —aquí mismo).
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