Grandiosa secuencia de acontecimientos
Este es un artículo sobre narratología evolucionista, en el que releo y comento textos de Darwin de El origen de las especies y de El origen del hombre y la selección en relación al sexo.
Ayer vimos con los niños La Odisea de la Especie, un documental que le da un repaso a las especies ancestrales y sus homínidos vecinos, desde el Orrorin hasta el Homo sapiens, pasando por los australopitecos, los Homo habilis, Homo ergaster, Homo erectus y neanderthales. Lo siguieron los pequeños sin respirar, "una película que ha durado millones de años", decía Oscar, a medida que se extendían los homos desde Africa por todo el mundo; y lo cierto es que es un estudio de la Historia se entendería y contextualizaría mucho mejor en el seno de un estudio de toda la evolución de la humanidad.
Un aspecto curioso del documental es cómo no hace el menor intento de explicar cómo pudieron surgir las diversas especies que retrata. Simplemente damos un salto de miles de años, y allí han aparecido humanos más humanos, más parecidos a nosotros. Se pone un cierto énfasis en la transmisión cultural como agente del desarrollo, pero no aparece ni la menor explicación de cómo pueden haber surgido las diferencias físicas y de capacidad cognitiva entre las especies recientes de humanos y los anteriores. Nada sobre las causas o funcionamiento de la evolución, en suma.
Para eso está Darwin, claro. Del Origen de las Especies me ha gustado especialmente la manera en que desconstruye la noción de especie. La idea de especie es en realidad de raíz creacionista: en el relato del Génesis, Dios crea a las especies (falsedad nº 1) y éstas son entidades bien definidas, prístinas, inconfundibles entre sí (falsedad nº 2). Lo que viene a demostrar Darwin es que 1) todos los individuos difieren, 2) que las diferencias pueden dar lugar a variedades locales, grupos identificables de seres de una especie, y 3) que no hay diferencia radical, sino gradual, entre variedades y especies.
Las variedades son posibles especies en curso de diferenciación, o lo serían si no fuese porque normalmente una variedad se desarrolla de tal manera que elimina a las demás. Y así se van transformando las poblaciones de seres vivos, y así van surgiendo especies diferentes. La curiosa distribución de las especies y variedades, con grupos incluidos en clases, cajas dentro de cajas, con parientes más próximos y más lejanos, sólo puede explicarse mediante este éxito desigual de algunas variedades frente a otras. Es mediante la extinción de casi todas las variedades y líneas de desarrollo como las especies acaban siendo "tolerably well-defined objects" (139). Para Darwin es la selección natural el primer responsable del éxito de unas variedades frente a otras—aunque igual habría que añadir otros agentes como el azar y las extinciones masivas (pues para Darwin, si bien hay mucha extinción, las extinciones se deben a la competencia entre especies y variedades, no a catástrofes súbitas e incalculables).
Sea como sea, quizá el aspecto más llamativo de la teoría de Darwin sea su corolario de que muy pocos seres llegan a dejar descendencia a muy largo plazo: la inmensa mayoría de las líneas de evolución —la práctica totalidad, vamos— se extinguen. Esto puede parecer sorprendente, pero queda muy claro en su gráfico en forma de árbol de la sección "Divergence of Character" (del capítulo IV, "Natural Selection"). Establece Darwin "una tendencia constante en los descendientes mejorados de cualquier especie dada a suplantar y a exterminar en cada fase de la descendencia a sus predecesores y a su especie madre original" (130). De ahí la escasez relativa de "transiciones" y formas intermedias. Según la explica Darwin, la competencia por los recursos puede ser intensa entre diversas especies, pero es especialmente intensa entre las especies cercanas, y sobre todo entre individuos de la misma especie. Otra cuestión a tener en cuenta es que son grupos muy pequeños, o muy pocos individuos, los que son activamente seleccionados por la selección natural.
Si aplicamos esta teoría a la Odisea de la Especie, se discierne un panorama según el cual las variaciones "humanizantes" en los homínidos han supueso una ventaja evolutiva y competitiva, y han sido seleccionadas de modo natural. Esto ha conllevado una secuencia de selecciones graduales, en las que los grupos y formas humanas más competitivas han prosperado; las diferencias surgidas en el seno de un pequeño grupo han permitido su supervivencia, mientras que otros se extinguían, sobre todo al proliferar los descendientes de ese pequeño grupo. Así se ha arrinconado o barrido a australopitecos, Homines erecti, o neandertales. La especie descendiente, quizá sólo una variedad al principio, ha prosperado, extendido su cultura o su población, y ha acabado con los humanos antiguos—un poco de la misma manera en que actualmente compiten las culturas humanas entre sí, con cierta hibridación, pero también con abundante exterminación de formas culturales "atrasadas" a medida que las más nuevas, y más competitivas, se extienden. La globalización no es sino la aplicación estricta de los principios que siempre han regido la evolución. Lo mismo podríamos decir de la historia, vida y muerte de las lenguas—al final son unas pocas familias de lenguas las que prosperan y no sólo sustituyen a sus variedades antiguas, sino también a muchas otras menos directamente emparentadas, que no pueden sostener la competencia. En estas evoluciones humanas, ya sean lingüísticas, culturales o genéticas, hay mucho que es el producto de la cohesión social—es la sociedad más organizada, más industrialmente avanzada y más poderosa comunicativamente la que desplaza a las demás.
Muy pocas especies, y muy pocos individuos de esas especies, transmitirán descendientes a lo largo de miles de generaciones. La mayoría de los linajes divergen en variedades que van a la extinción. Darwin es modesto en su diagrama: no lo traza desde el origen de la vida, sino que nos muestra un mapa de especies original, y (varios miles de generaciones después) el mapa muy distinto, y las relaciones de parentesco muy distintas, a las que ha dado lugar. Pero la misma historia se volverá a repetir: es el proceso habitual de la evolución, dada la formación de especies a partir del juego de las variedades y de la extinción.
Si tenemos "en origen" las especies A, B, C, D, E, F, G, y cada una da lugar a variedades a1, a2, a3, b1, b2, b3, etc., que luego siguen bifurcándose y subdividiéndose, unos millones de años después quizá sólo tengamos descendientes de A y de G, y el mapa sea algo así como a1/1/1, a1/2/3, a/5/3, y g/8/2. Son los grupos más grandes y más distribuidos los que más variedades producen, y los que tienen más posibilidades de dejar decendencia. Podemos extrapolar de este proceso e imaginar lo que será el futuro—será, a vista de pájaro, algo así como el pasado:
Nosotros somos los últimos humanos, supervivientes de una rama antes más poblada de variedades. ¿Somos candidatos a la extinción, como "grupo pequeño", a pesar de lo que abundamos? Tal parece. El futuro corresponderá, según este plan, como siempre a las bacterias, y entre los animales más bien a grupos numerosos como los coleópteros—las famosas cucarachas que nos han de suceder, según algunos pesimistas autores de ciencia-ficción.
Otra extrapolación permite este diagrama, una extrapolación al pasado:
Observemos el lenguaje "creacionista" que gusta de usar Darwin a veces, quizá por respeto a la ortodoxia, quizá porque no tiene una teoría científica sobre el origen de la vida. Nos dice así que el primer ser vivo fue "creado" (173); para más datos, que se le insufló vida ("life was first breathed") a una forma primordial de la cual descienden probablemente todos los seres vivos. En otra sección, hablando de órganos de extremada perfección, en el cap. VI, volvemos a encontrar al Darwin creacionista, arguyendo "Have we any right to assume that the Creator works by intellectual powers like those of man?" o de las obras del Creador que son muy superiores a las del hombre. O de las "leyes imprimidas en la materia por el Creador" (174). Es de notar que al margen de este lenguaje, Darwin, en su madurez, se consideraba a sí mismo agnóstico, más bien que ateo, y que siempre fue muy cauto en no formular sus ideas religiosas de modo ofensivo.
Admitiendo lo que puedan tener de retórica estas alusiones al Creador, quedan sin embargo como una inconsecuencia en la obra de Darwin, pues no se puede evitar desde el momento en que mencionamos a un Creador el atribuirle intenciones, precisamente de la manera antropomórfica que Darwin dice que quiere cuestionar, y que es incompatible con su teoría. Otro punto en el que parece patinar es cuando afirma que "as natural selection works solely by and for the good of each being, all corporeal and mental endowments will tend to progress towards perfection" (174). Aquí es contradictorio también, en la medida en que la selección natural selecciona a los supervivientes más adaptados al medio, no a los más perfectos según una noción un tanto metafísica o antropomófica que se le cuela a Darwin en la definición. En el futuro, las cucarachas estarán más adaptadas a determinados ambientes asquerosos.
Darwin presenta su teoría como algo que va a encontrar resistencia, aunque confía en que los jóvenes investigadores no se vean tan atenazados por los prejuicios e ideas preconcebidas, y pronostica que en el futuro parecerá increíble que naturalistas que conocen la morfología y distribución de las especies puedan haber creído en una creación separada de las especies, y dudado de la evolución (The Descent of Man, cap. 1). Dadas las "pistas" detectables en la estructura de los seres vivos, Darwin ve cualquier otra interpretación de los hechos como absurda—habría que suponer que Dios ha llenado de pistas falsas la naturaleza sólo para burlarse de nuestro intelecto, una hipótesis repugnante e inconcebible. El sistema natural ha de ser un sistema no meramente analógico, sino genealógico: el árbol de proximidad estructural de los seres vivos ha de entenderse como un árbol ligado por la descendencia común. (Y, por tanto, como un gran proceso, sólo cognoscible mediante una gran narración).
Otro pronóstico que hace Darwin, de algo apenas tocado en su libro, es el desarrollo de una teoría más completa de la evolución que incluya la evolución de la mente, algo apenas tratado en su libro y en su teoría: "Psychology will be based on a new foundation, that of the necessary acquirement of each mental power and capacity by gradation. Light will be thrown on the origin of man and his history" (173)—aunque también podríamos decir que éste es el plan de una psicología y teoría de la cultura evolucionista que ya había empezado a desarrollar Giambattista Vico en el siglo XVIII, sin esperar a Darwin ni al evolucionismo biológico.
Aún una conclusión interesante más nos guarda el final del Origen de las Especies—a saber, que las especies no existen. No existen como formas Platónicas, como Ideas divinas, y a eso ha ido el razonamiento de Darwin. Existen hasta cierto punto como hechos caóticos y contingentes, resultado impredecible de la historia y de la selección natural—y existen, en última instancia, como instrumento cognitivo, ideas después de todo, aunque ideas humanas.
Y es que, como observa en otro lado, según cuál sea el contexto de investigación y de clasificación, un negro y un blanco (pongamos un pigmeo y una sueca) podrían ser considerados especies distintas, o podrían serlo dos razas de perros, para un naturalista que no supiese nada de sus hábitos o de su capacidad de reproducción. Hay que señalar que el término "especie" significa algo muy distinto para un paleontólogo ("fósiles morfológicamente diferentes") que para un biólogo ("seres capaces de reproducirse entre sí"). Y como bien muestra Darwin, poblaciones aisladas pueden derivar en especies diferentes: quizá ya lo son, si de hecho no se reproducen entre sí, o lo hacen en una medida despreciable, aunque en potencia pudieran hacerlo. Todo depende cómo entendamos este término tan vago, "especie". En la medida en que están diferenciadas las especies, se debe a la lucha por la vida y a esa dinámica evolutiva que lleva a una variedad dominante a favorecer la extinción de sus parientes más próximos... una verdad incómoda, quizá.
A dos temas aparentemente diversos dedica Darwin su otro gran libro The Descent of Man (1871)—al origen del hombre, y a la selección sexual. La combinación puede extrañar, aunque tiene su lógica.
No sólo describe cómo el hombre desciende del mono, sino también del gusano (226). No se remonta tampoco más allá ni intenta formular ninguna teoría sobre el origen de la vida: sólo sobre sus transformaciones, y sobre cómo formas complejas pueden provenir de formas simples mediante la acción de la selección natural. (Y de la selección sexual, de la cual ya hablaba en El Origen de las Especies). Incluso en el campo de las "capacidades espirituales" muestra Darwin cómo "the mental faculties of man and the lower animals do not differ in kind, although immensely in degree" (223).
Y así encontramos argumentos para mostrar el parentesco del hombre con los animales—argumentos anatómicos, embriológicos, de comportamiento, comparación morfológica con los primates y otros seres… Es curioso cómo se fija Darwin hasta en detalles como el bultito que hay en el pabellón de la oreja, en la parte interna vuelta hacia adelante, un vestigio de antiguas orejas puntiagudas. Y se fija en otros muchos órganos vestigiales, desde el lanugo hasta el cóccix—entre los cuales tendrán un lugar aparte en su teoría los vestigios de un sexo que se encuentran en la anatomía del otro. (Antes que acudir a un estado ambisexual indiferenciado en seres primigenios, aquí especula Darwin que los órganos adquiridos por un sexo son transmitidos de manera imperfecta al otro).
En esta obra más tardía, The Descent of Man, Darwin hace un poquito de autocrítica y admite que quizá haya dado demasiado peso a la selección natural y de la adaptación al medio como agente de la evolución y haya descuidado el papel de otros factores, sobre todo estructurales, como son la existencia de estructuras que no son ni beneficiosas ni perjudiciales, y que no se deben a la selección natural, sino quizá a consecuencias estructurales de otros cambios—ni previstas ni buscadas por la selección natural.
Un par de frases provocativas de Darwin. En El origen de las especies evita tratar la cuestión del origen del hombre, a no ser por implicación. E incluso en The Descent of Man es con frecuencia ambiguo al respecto, como correspondía por otra parte a una época en la que estaban perdidos todos los eslabones. Habla en estos términos vagos de antepasados humanos arborícolas, o con cola prensil, o con branquias, etc., y hasta dice que nuestros antepasados remoto se parecerían en estructura a un gusano. Pero en el momento clave, en la frase en cuestión, la del mono, se le va un poco la mano:
La frase recuerda a un fragmento clave de Hamlet (o de Hair: "what a piece of work is man") o quizá también al Essay on Man de Pope, donde el hombre es "the glory, jest, and riddle of the world". Y se detecta en la frase como cierto retintín irónico, una recriminación a las pretensiones del hombre, ese presuntuoso que no reconoce que viene del polvo, por mucho que lo diga la Biblia y lo demuestren los polvos cotidianos. (Dice Darwin que no debería ser causa de escándalo el origen animal de la especie, no más de lo que lo es el origen de cada individuo en una sexualidad biológicamente animal—p. 241).
En los últimos párrafos de su libro, aun sin hablar de obispos como Wilberforce ni otros primates of the church, afirma Darwin que no se avergonzaría de descender de un viejo babuino valiente que defendió a un congénere—que eso no es más indigno descender de bárbaros crueles y supersticiosos, como ciertamente sabemos que descendemos y admitimos todos. La última frase del libro también nos recuerda que con todas nuestras pretensiones de elevación, saber y benevolencia, "Man still bears in his bodily frame the indelible stamp of his lowly origin" (254).
El hombre es la quintaesencia del polvo, decía Hamlet sin hacer chistes, y sin salirse de la ortodoxia bíblica. La teoría de Darwin es más atea, o llámesela agnóstica si se quiere, pero también tiene un último resabio de teodicea—algo le queda en común con el Essay on Man o con la Natural Theology de Paley. Una teodicea sin Dios, si tal cosa es posible. La teodicea es ese género que pretende, como Milton en su Paraíso perdido, justificar los designios de Dios ante los hombres, y sobre todo justificar la existencia de imperfecciones en el plan divino del Universo, explicando por qué existe la muerte, por qué Dios tolera el mal y el sufrimiento, etc. Darwin, como digo, a su manera también entra en esta justificación: la crueldad de la existencia es necesaria porque de ella sale la excelencia. La complejidad de las formas vivas, su variedad, y la grandeza relativa del hombre ("the wonder and glory of the Universe") son posibles precisamente por esa competencia y lucha a muerte: lo humano está edificado sobre lo animal, hasta sus últimas consecuencias. No es posible sin esa base levantar tan bello edificio. Con esta reflexión termina el Origen de las Especies:
Vemos otra vez el bíblico "aliento" divino aquí, aunque Dios se retira fuera de la naturaleza y deja que las formas evolucionen sin su intervención ni (quizá) su voluntad. Eso suponiendo que exista, pues se ha vuelto bastante más innecesario después de Darwin. Según Harry Thompson, Darwin, viejo antropoide descreído, suplanta a Dios dejándose una larga barba blanca. Aunque veremos que otras interpretaciones hay de la barba de Darwin: que es sexualmente atractiva y un bello atributo varonil.
Darwin no es sólo réprobo al dudar de la creación y la providencia divina: también es machista. Eso sí, con argumentos biológicos: se limita a constatar. No es políticamente correcto The Descent of Man, que nos dice que si bien las mujeres son más atractivas, el varón es más creativo, fuerte, valeroso, agresivo, dinámico e inteligente: superior a la mujer tanto en cuerpo como en mente. Hablando claro:
—y que, en fin, por término medio la mentalidad del varón está por encima de la de la hembra. Además el varón es dominante sobre la hembra en su comportamiento, y observa Darwin que "en estado salvaje, la mantiene en un estado de esclavitud mucho más abyecto que el que aplica el macho de ningún otro animal" (242). En fin, nos queda el consuelo de que quizá el hombre está rehaciendo estas bases biológicas mediante la evolución cultural. Se felicita Darwin de que entre los mamíferos predomine la ley de transmisión equitativa de caracteres a los dos sexos y no el dimorfismo pronunciado, "pues de lo contrario es probable que el hombre se hubiera vuelto tan superior en dotes mentales a la mujer, como el pavo real lo es en plumaje a su hembra" (235-36).
La selección sexual no sólo produce el dimorfismo existente entre los sexos, sino también, según Darwin, entre las razas humanas. Cada grupo humano desarrolla ciertos rasgos físicos como más deseables, y éstos se refuerzan mediante la selección sexual, llevando al desarrollo de variedades. Vemos por qué en la teoría de Darwin teoría es importante la selección sexual y va asociada de modo prominente al origen de los seres humanos—aunque por supuesto no la restringe a esta especie, y cuida de admitir que en muchos casos los efectos de la selección sexual y los de la selección natural convergen, o se mezclan, y no tiene sentido distinguir entre una y otra en según qué cuestiones. Sobre las razas, sin embargo,
Humanizados (y diversificados) por la selección sexual. Hay que pensar que algo hay en el comportamiento humano (quizá la componente cultural de creación y transmisión de modelos de belleza o idealidad) para que adquiera tanta importancia relativa la selección sexual precisamente en esta especie. Aunque no es una cuestión en la que entre Darwin en gran detalle. Quizá convendría ampliar el planteamiento, y enfatizar en el caso de los humanos no la selección sexual en exclusiva, sino el papel de la ideología en cuanto agente de la evolución y de la humanización. Promoviendo los caracteres y físicos socialmente deseables, y llevando gradualmente a la desaparición de los indeseables (o indeseados).
También formula Darwin junto con su teoría de la selección sexual una curiosa teoría sobre el origen musical del lenguaje, asociado a rituales de cortejo, al menos en cuanto a la capacidad de vocalizar. (Más sobre la teoría del lenguaje de Darwin en The Descent of Man hablamos en este otro post).
Me centraré un poquito más en detalle en el último capítulo de The Descent of Man, "XXI, General Summary and Conclusion".
Defiende Darwin su aplicación de la teoría de la selección para explicar los orígenes del hombre, arguyendo que aunque fuese errónea contribuiría a esclarecer la verdad, pues si bien los datos falsos crean error, las opiniones falsas sirven de acicate para debatir, presentar teorías alternativas que corrijan los fallos, y despejar el camino a la verdad. No deja de recordar a la noción de Popper de la falsación de las teorías científicas. De hecho Darwin resaltó en su propia metodología la importancia de las hipótesis y teorías en la investigación, que proporcionan una orientación muy superior a la mera cosecha de datos. Una teoría organiza en torno suyo al panorama, y resultará falsa o no, pero permite organizar los hechos y orientar la actividad del investigador. Así, resalta Darwin la manera en que la teoría de la evolución se impone como una necesidad para quien quiera percibir los hechos de la biología como conectados entre sí—sin esta teoría nada tiene sentido en ciencias naturales:
La lucha por la vida y la reproducción, y la selección que imponen, llevan a que las pequeñas variaciones entre individuos acaben dando lugar a razas, especies y géneros distintos de seres; nada hay en el hombre que no pueda explicarse a partir de la evolución de fenómenos más simples presentes en el resto de los seres vivos.
Al faltarle a Darwin una teoría genética, queda coja su teoría sobre el origen y transmisión de las variaciones. Se agarra en este punto a lo que puede, incluída la teoría lamarckista de la herencia de caracteres adquiridos mediante el uso y el desuso: "We may feel assured that the inherited effects of the long continued use or disuse of parts will have done much in the same direction with natural selection" (245). Pero también señala una vía posible para el estudio de las variaciones y modificaciones, en especial mediante el estudio de las monstruosidades (es la vía que seguía el libro de morfología y genética que reseñé en este post, "Todos mutantes").
Hemos visto que Darwin es machista, o que sostiene que la naturaleza es machista. Pues bien, además de machista, Darwin es racista, en el sentido de que cree no sólo en las razas sino en diferencias inherentes a ellas, diferencias no sólo físicas sino de tendencias y capacidades mentales. En esto es muy siglo XIX—y ya veremos qué nos dice el siglo XXI al respecto, una vez remita la ola de corrección política. La tesis dominante hoy en día es que las razas no existen y que todas las poblaciones o variedades étnicas de seres humanos tienen las mismas capacidades. Aunque es una tesis ciertamente extremista, y los orientales destaquen en matemáticas, y los judíos en las cuestiones simbólicas y textuales, todo los datos que la contradicen se tienden a silenciar hoy en día. Una cuestión sí se atreve Darwin a postular: que las razas no se han "humanizado" separadamente, sino que todas derivan de un mismo antecesor que ya era "probablemente" de categoría humana.
La tesis de la Eva primigenia no parece atraer a Darwin—que nos dice que no hay que suponer una pareja original, sino una población con múltiples cruces gradualmente humanizada. Esto tiene plausibilidad teórica, claro, pero recordemos también que según la propia teoría de Darwin muy pocas variedades transmiten descendientes a la posteridad remota, puesto que la mayoría se extinguen. O sea, que en realidad la tesis de que descendemos todos de una pequeña o pequeñísima población no es en absoluto incompatible con el darwinismo de Darwin, aunque sí con este pronunciamiento en concreto (que quizá vaya más contra el dogma judeocristiano que a favor de su propia teoría).
La evolución de las facultades mentales sigue los mismos pasos que las variaciones físicas para Darwin: la distancia entre el hombre y los animales es de grado, pues éstos difieren enormemente entre sí pero hay una escala de transición entre lo simple y lo complejo. Las facultades intelectuales son primordiales en la competencia y la lucha por la vida, y sin duda (nos dice) han sido de importancia primordial para el hombre desde el origen, convirtiéndolo en la especie dominante.
Observa Darwin el interesante desarrollo de las cualidades morales, ligadas al instinto social (incluyendo los lazos familiares). Los animales se ayudan o protegen mutuamente en el seno no de su especie, sino de su grupo social. (De hecho lo mismo hacen los humanos, aunque Darwin no lo diga. Sí existe una idea más o menos vaga de la humanidad como comunidad universal, eso es innegable, pero esta comunidad imaginaria es débil—suele ceder rápidamente ante los intereses egoístas o los del grupo más cercano, y de ahí virtudes como el apego a la familia, el espíritu de grupo, o el patriotismo, y también defectos como las guerras, crímenes, injusticias, xenofobias y genocidios).
El sentido moral lo define Darwin como "la capacidad de reflexionar sobre las propias acciones pasadas y sus motivos, de aprobar algunas y desaprobar otras"—al margen de las importantes consideraciones de cohesión y aprobación mutua social, lo que es propiamente humano en la moralidad es la elevada actividad mental, con capacidad de tener impresiones del pasado extremadamente vívidas, y de cotejar las impresiones de las pasiones pasadas, o debilitadas, con el siempre presente instinto social—y asi de evaluar su comportamiento y trazar planes de actuación para el futuro.
Es de notar cómo en este análisis de Darwin se asocia la moralidad a la capacidad de imaginar, de trazar historias alternativas, y secuencias y proyectos de acción; es una teoría muy semiótica, por no decir narrativa, de la moralidad, y remite por tanto la capacidad moral no sólo a la presión del grupo social sino también a la capacidad de procesar secuencias e imágenes, y de transformarlas hipotéticamente en mundos alternativos representados mentalmente.
Darwin admite que la moralidad es una facultad más alta que el intelecto, pero subraya que la capacidad moral de los humanos se asienta en esta capacidad de representar vívidamente las impresiones pasadas, es decir, en una capacidad intelectual. También admite la importancia de las relaciones sociales y los valores del grupo en la conducta moral: los grupos humanos más desarrollados desarrollan asimismo una moral más refinada, racional y elaborada que las morales sociales frecuentemente arbitrarias y groseras de los salvajes.
Una cultura avanzada desarrolla una opinión pública racional y que estimula los sentimientos éticos y sociales mediante la educación, el ejemplo y la reflexión. Y aquí reflexiona un poquito Darwin sobre Dios.
Aquí parece sugerir Darwin, o podría hacer sugerir su teoría, que Dios es una especie de principio regulador de la racionalidad, o una proyección al cielo de la observación mutua en la que se basan los instintos sociales. Un resultado colateral de la sociabilidad humana. Observemos que los dioses más evolucionados tienden a ser dioses no de la tribu en cuestión, sino de la humanidad entera, con lo cual vendría a representar la divinidad el sentido de racionalidad social que une a todos los hombres—una personificación de una racionalidad que ya no es la del grupo social inmediato, sino que representa una sublimación de la socialidad humana en cuanto tal. Observa Darwin que la creencia en un Dios no es en absoluto universal o instintiva, sino que requiere una elevada elaboración cultural: lo que es más general es la creencia en espíritus malignos poco más poderosos que el hombre.
Una vez más, Darwin sugiere aquí más de lo que dice. La religión evoluciona, y la idea de Dios con ella. El dios de las religiones monoteístas es una fase de un desarrollo cultural, un producto cultural "avanzado". El dios de la religión Unitarista, credo que profesaba la familia librepensadora de Darwin, representa un paso más en la desmitologización y en la liberación de creencias supersticiosas, absurdas y groseras. Y sin embargo esta idea o noción avanzada de Dios es menos avanzada que su propia desconstrucción en la obra de Darwin, que muestra la génesis cultural de la religión y de la divinidad a partir de los instintos sociales, y en última instancia su origen en la selección natural. El evolucionismo no se retira con una reverencia ante la dimensión espiritual del hombre, sino que examina los componentes de esa dimensión, analiza su origen y les da una explicación científica.
Lo mismo se aplica a la noción de la inmortalidad del alma.Qué sería de Dios sin la inmortalidad del alma, y viceversa... Son dos creencias que tienden a unirse, pues se refuerzan mutuamente y ambas surgen en una fase relativamente avanzada del desarrollo cultural. Podríamos pensar que Darwin considera estas dos ideas como dos ficciones desconstruibles, o explicables por una teoría evolucionista cultural. Pero en este punto su razonamiento es más prudente o ambiguo. Parece que (sin pronunciarse si él cree o no en la inmortalidad del alma) busca más bien tranquilizar a las personas que sí creen, y que se preguntan cuándo adquirió el hombre esa alma inmortal—en este punto busca Darwin más bien allanar objeciones a su teoría, o tender puentes con los creyentes: su prioridad no es, en absoluto, hacer proselitismo ateo, sino más bien mostrar que la teoría de la evolución no tiene por qué ofender a los creyentes. Arguye que si a pocos les preocupa en qué momento de la génesis del individuo se insufla el alma, no tiene tampoco por qué preocupar en qué fase del desarrollo humano a partir de una especie inferior se convierte el hombre en "un ser inmortal" (249). Aquí Darwin anda auténticamente de puntillas, y su retórica parece conceder la mayor, que el hombre es un ser inmortal, o al menos se escurre prudentemente.
Y este paralelismo entre la génesis del individuo y la de la especie, a partir de materia no humana, es un argumento en el que Darwin se hace fuerte. No olvidemos que "evolución" significaba en principio "desarrollo del embrión hasta alcanzar la madurez". La teoría de la evolución no tiene por qué ser más ofensiva que una comprensión de la reproducción humana. Uno de los principales argumentos de Darwin en la formulación de su teoría es la manera en que la ontogenia (la génesis del individuo a partir del embrión) recapitula en líneas generales la filogenia (la evolución de la especie, o su parentesco fisiológico con especies próximas)—recordemos aquí Ontogeny and Philogeny, de Stephen Jay Gould, que estudia esta cuestión, el origen del individuo como una representación o imagen del origen de la especie.
Aquí no está claro si Darwin está afirmando las limitaciones de nuestra mente, que sigue carriles intencionalistas y narratológicos y atribuye a los acontecimientos puramente casuales, fruto del azar ciego, un orden que no tienen. O si está prudentemente esquivando la cuestión y remitiéndose a las opiniones generalmente aceptadas sobre el propósito del universo. Probablemente está haciendo las dos cosas. Desde luego quiere librarse de la acusación de "irreligiosidad" que podría perjudicarle, a él y a la aceptación de sus ideas.
Pero lo que me interesa más que estas fintas es la noción de la grand sequence of events, la magna secuencia de acontecimientos que es el despliegue de las formas vivas y de sus capacidades cognoscitivas: esta magna secuencia o Gran Historia es un marco estructural que nos permite entender los hechos del universo no como fenómenos aislados, sino como un todo conectado, parte de una evolución cósmica. Esta capacidad de conexión y comprensión es el valor que tiene la teoría de la evolución y del origen de las capacidades mentales humanas propuesta por Darwin: permite una visión de conjunto, podríamos decir que añade narratividad a nuestra comprensión del universo, narratividad de esa que según Paul Ricœur permite relacionar acontecimientos y hacerlos comprensibles en relación unos a otros. Es un instrumento cognoscitivo—como lo eran por otra parte las narraciones bíblicas y míticas, de un modo más limitado. Esta narración tiene la ventaja de que es, además, científica. Es la gran narración por excelencia (y que cante misa Lyotard), en el seno de la cual encuentran su anclaje narrativo las pequeñas narraciones—las secuencias de acontecimientos que constituyen el orden humano de las cosas.
Velada queda la sugerencia de que esta capacidad explicativa puede llevar también a atribuir intencionalidad, argumento deliberado, teleología y teología donde no la hay—que la narración tiene sus propias falacias narrativasque la acompañan y que limitan su poder explicativo. Puede asimismo haber verdades demasiado desagradables para comprenderlas plenamente, sugiere Darwin—para que las comprendan sus contemporáneos victorianos, o su esposa, o incluso Darwin mismo. Puede que el sentido que vemos en el mundo, y en nuestra vida, puede que la existencia de Dios y la inmortalidad del alma que postulamos (o que han pasado a ser presuposiciones socialmente aceptadas) sean sólo ilusiones de nuestro cerebro, productos colaterales de nuestros hábitos cognitivos, en su búsqueda de conexiones y de sentido. Hay así hoy, más claramente que en tiempos de Darwin, una teoría sociobiológica sobre el origen biológico de la creencia en Dios (ver "La fe como exaptación"). La idea de Dios sería la consecuencia de la sociabilidad humana y de la reflexividad comunicativa que nos ha hecho humanos—y que nos lleva a proyectar intencionalidades a la naturaleza, y a ver planes trazados allí donde no hay más que acontecimientos fruto del azar. Algo sucede, sin más, y nuestros hábitos cognitivos nos llevan a decir "alguien ha hecho que suceda—era el destino", y a contar una historia organizada al respecto.
Y las grandes narraciones se juntan con las pequeñas incluso en la vida de Darwin y la génesis de su obra. Termina el capítulo final con una vuelta a considerar la importancia de la selección sexual no sólo en los animales sino muy particularmente en el hombre: a ella hay que atribuir en gran medida según Darwin el dimorfismo sexual, y las distintas capacidades y tendencias mentales y anímicas de hombre y mujer. Darwin eligió lucir una enorme barba que marcaba bien su dimorfismo y su pertenencia al género masculino, un ornamento sexual según su propia interpretación. También las diferencias entre las razas son originadas en gran medida por cuestiones estéticas guiadas por la selección sexual—o tal es la tesis de Darwin. Aprovecha Darwin para redondear su "incorrección política" abogando por la eugenesia voluntaria, aunque reconoce que en sus tiempos todavía se sabe muy poco de las leyes de la herencia. Y aquí hay una pequeña salida de tono por cuestiones personales:
Darwin se había casado con su prima, y esta cuestión de la consanguineidad le atormentaba y preocupaba especialmente por motivos personales:
Desde luego las dudas sobre la consanguineidad no le llevaron a Darwin a moderar su reproducción. La explicación se encuentra quizá en los párrafos finales de The Descent of Man.Allí discute Darwin una paradoja sobre la reproducción humana: los humanos más prudentes, racionales y capacitados, lo mejor de la especie, tienden a asegurar el futuro de sus hijos antes de casarse; los imprudentes e irracionales en cambio se reproducen alegremente sin pensar en las consecuencias. Y esta última estrategia, paradójicamente, tiene más sentido evolutivo—con frecuencia, las personas prudentes no se casan o no tienen hijos por escrúpulo, y los hijos de los imprudentes, de la peor clase de gente, pasan a dominar la Tierra. Pero así no se contribuye a elevar a la humanidad sobre su estado actual. Darwin sin duda hizo cuanto estaba en su mano por contrarrestar la tendencia, y se pronuncia en contra de la anticoncepción y de la abstinencia sexual:
Aquí también parece que está pensando en alguien en concreto.
Termina Darwin con una defensa de su teoría y un recuerdo de su viaje en el Beagle en su juventud. Cuando vio a los habitantes de la Tierra del Fuego, quedó horrorizado al ver a la humanidad primitiva de la cual descendemos, en nada más atractiva que los animales para él, aunque los compadeciese y reconociese la humanidad que le unía a ellos.
Y se comprende, dice, que pueda resultar desagradable a algunos pensar en los orígenes bestiales del hombre. La elevación actual de nuestras capacidades por encima de la animalidad es promesa, a su entender, de algún destino aún superior al actual en algún futuro lejano. Hasta allí llega, imaginativamente, el Gran Relato de la evolución en The Descent of Man.
Entre tanto, afirma Darwin, el apego a la razón y el respeto a la verdad le obligan a atenerse a los hechos y a exponer lo que ha podido llegar a entender del ser humano: que junto con sus cualidades elevadas, nobles y espirituales, el hombre arrastra y arrastrará siempre consigo la huella de su origen humilde en los simios y en los animales inferiores. Es quizá lo mejor que podemos hacer, el intentar comprender cuál es la naturaleza y origen de nuestros motivos, acciones, e ideales: sólo así podremos evaluarlos y conocernos a nosotros mismos al margen de ilusiones y de mitos. A los que no hay por qué echar demasiado en falta, pues posiblemente siempre seguirán con nosotros.
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