El dilema del prisionero
sábado 29 de agosto de 2009
El dilema del prisionero
El dilema del prisionero es un experimento de teoría del juego diseñado para estudiar estrategias de cooperación y sus límites. Como todos los enfoques de teoría de juegos, es un modelo abstracto y descontextualizado del comportamiento humano. Aun así, los resultados que arroja cuando se somete a prueba a los prisioneros son interesantes. Sigo la exposición de Martin A. Nowak, Robert M. May y Karl Sigmund en "La aritmética de la ayuda mutua" (Scientific American, junio de 1995), que intentan averiguar si puede haber una selección natural de las estrategias cooperativas. Visto que la teoría evolucionaria de Darwin enfatiza la competición entre los individuos, y la de Kropotkin (en Mutual Help,1902), la cooperación.
El dilema del prisionero puede formularse así. Se da a dos prisioneros la oportunidad de cooperar, cubriéndose las espaldas mutuamente, o de denunciarse uno a otro. Si ambos cooperan, salen ganando (tres puntos a cada uno, pongamos). Si uno de los dos es denunciado por el otro, sabe que perderá (cero puntos) mientras que el que lo ha denunciado obtendrá cinco puntos. En cambio, si los dos desertan, y se denuncian mutuamente, obtienen un punto cada uno. ¿Qué estrategia es la favorecida por la selección natural?
Bien, pues el resultado es maquiavélico. Aunque la recompensa por cooperación es objetivamente mayor, la tentación de denunciar al otro resulta ser dominante. De modo que, sea cual sea la opción tomada por el otro jugador, la mejor opción para cada uno es siempre desertar y traicionar. Una lógica que lleva al derrumbamiento de la confianza mutua, en estricto cálculo. (Auque los autores admiten que la gente de hecho normalmente coopera, por razones morales, generosidad, etc. que no son contempladas por el modelo).
Los autores hicieron simulaciones por ordenador de muchas generaciones de jugadores, para ver si se confirmaban las estrategias en múltiples jugadas, teniendo en cuenta el resultado variable de las jugadas anteriores. Los resultados, tal como los comunican, son entre esperanzadores y escalofriantes, por la manera en que sugieren que el orden social (en la versión abstracta que identifica el modelo) es precario e impredecible:
En la sociedad, este derrumbamiento súbito puede llamarse guerra, revolución, caos, histeria colectiva, crisis financiera... Aun teniendo en cuenta lo abstracto del modelo, se reconoce en él un ingrediente sin duda presente en la dinámica individual y colectiva de las decisiones interactivas.
Para los organismos simples, si la vida es breve e impredecible, hay poca presión selectiva para hacer inversiones a largo plazo. En los organismos complejos y sociales, estas estrategias tienden a tener más éxito por una razón que proponen los autores: los organismos tienden a cooperar siempre con un grupo reducido de otros organismos, de modo que la presión del reconocimiento mutuo haga más plausible la cooperación que la deserción. Este resultado también tiene su interés si lo extrapolamos al desarrollo de la civilización—que supone el paso de pequeñas comunidades locales a grandes urbes anónimas, y de una población fija a una población emigrante o móvil según las necesidades del mercado de trabajo. Según Nowak et al.,
Si la territorialidad da estabilidad, la movilidad territorial favorecerá el cálculo individual y las estrategias no cooperativas en la sociedad. La interacción estructurada territorialmente puede formularse quizá también en otros términos como una fijación estructural de los individuos—sujetos a la estructura social por su identidad. Los ámbitos de identidades móviles, provisionales o flotantes— las identidades características de la postmodernidad—tenderán por tanto a favorecer las estrategias maquiavélicas y de deserción. Estas extrapolaciones sociales no son de los autores, sino mías—y me temo que de cualquier prisionero, que todos lo somos en este modelo.
Falacias de Monty Hall / Savant
0 comentarios