En terreno (des)conocido
miércoles 21 de abril de 2010
En terreno (des)conocido
O: lo familiar, y su doble... He estado releyéndome "Das Unheimlich", de Sigmund Freud; no quiero llamarlo "the uncanny" aunque lo leo en inglés—en la Norton Anthology of Theory and Criticism— porque nunca me ha gustado esa traducción... Me gusta más la española de "lo inquietante". Lo inquietante es para Freud una experiencia que mezcla de modo extraño y paradójico experiencias familiares (infantiles con frecuencia) con una sensación de extrañeza y miedo, de modo que lo familiar queda desfamiliarizado... Lo analiza buscando sus raíces psíquicas en distintos estratos de la constitución del sujeto, desde la fase del narcisismo (que puede generar proyecciones inquietantes como la del "doble") hasta otras posteriores y anteriores. Si bien la experiencia del doble está "sobredeterminada" podríamos decir, pues convergen en ella otras causas psíquicas más tardías, como el hecho mismo de la autobservación reflexiva y autoobjetivación, que se manifiesta también en fenómenos como la conciencia moral.
Aún otros materiales pueden entrar en la constitución del doble, y aquí muestra Freud cómo llevamos a cuestas otros dobles fantasmales que pueden volver nuestras experiencias irreales e inquietantes:
En el doble está la noción de una repetición inquietante. Esta también se da en otros casos analizados por Freud, como los de coincidencias extrañas, series de números que se repiten, el mal de ojo y signos ominosos... Los remite Freud, cómo no, a una extrapolación de maniobras mentales infantiles tempranas: para los pequeños la repetición compulsiva es un factor importante, y tienen además una concepción animista del universo. Aquí el concepto de lo inquietante de Freud recuerda a lo que comenté en otra ocasión en referencia a Vladimir Nabokov y a William Gibson: la apofenia o "manía referencial", una enfermedad de la hermenéutica que lleva a encontrar sentidos ocultos o mensajes alusivos a nuestro destino en todas las cosas. Especialmente dependiendo de nuestro estado de ánimo: para el obseso, para el enamorado, para el paranoico o perseguido, para el angustiado, el mundo está lleno de mensajes que le conciernen, signos y símbolos que expresan elocuentemente su estado de ánimo.
Freud alude a la dualidad vida/muerte como algo que tiende a producir estos efectos de lo inquietante (en especial cuando la distinción entre lo animado y lo inanimado no está clara, como también sucede de otra manera en el caso de los autómatas). Otros casos de lo inquietante los relaciona con fantasías psíquicas de castración (en el caso de los desmembramientos), o con asociaciones mentales a los retornos intrauterinos—a veces de una manera un tanto reductiva, como si no fuesen fenómenos sobredeterminados... Me interesa más otro caso, relacionado también con la ambigüedad de status, o la transgresión de límites—una dificultad cognitiva para situar un fenómeno como mental o real:
En general, asocia Freud lo inquietante a algo familiar que ha sufrido un proceso de represión. Quizá una experiencia básica reprimida (aunque no en un sentido muy freudiano, sino más bien cognitivista) es la que nos lleva a tomar el signo por la cosa. Luego aprendemos a distinguir, al menos a veces, entre las cosas y sus signos. El propio Freud distingue entre dos tipos de sensación inquietante, la que nos lleva a experiencias reprimidas de la infancia (el más freudiano) y la que revive modos animistas de pensamiento superados en nuestra civilización. En este caso, el retorno del signo que es la cosa misma, o la experiencia de la cosa inherentemente significante, signo natural de sí misma, nos devuelve a una experiencia primigenia y casi olvidada.
Habrá quienes no crean en la llamada mitología freudiana, de Edipos y envidias de pene y demás, y puedan pensar que esta idea de la mente inconsciente "primitiva" frente a la mente consciente "moderna" también está trasnochada o distorsionada... Pero despacio: habría que tener en cuenta los hallazgos de Roger Sperry (neurocirujano premio Nobel) que inauguró la "nueva frenología" podemos decir, al mostrar la especialización y diferenciación funcional de las áreas cerebrales. Su discípulo Michael Gazzaniga (ver Human: The Science Behind What Makes Us Unique, HarperCollins, 2008) presenta "una extensa descripción del conflicto entre la mente emocional inconsciente, y la mente consciente, de desarrollo tardío, analítica, y considerada racional" (cito la reseña de Harold Fromm, "Two Brains Better than One", en la Evolutionary Review).
En la literatura, arguye Freud, regresamos en parte a este mundo regido por el deseo y la fantasía, en el que el paisaje puede legítimamente ser una proyección de las fantasías del autor, o del protagonista, y las coincidencias, repeticiones y simbolismos significativos rigen el sentido del mundo narrado. Distingue pues Freud, por tanto, entre estos dos tipos de manifestación de lo Inquietante: en literatura, y en la realidad. Claro que la situación es más compleja, observa, pues distintos géneros y estilos literarios están sometidos en distinto grado a esta "mentalidad primitiva", animista o mítica. Así, los relatos populares y fantásticos están en un extremo, y la ficción realista en otro. (Quizá habría que incluir, todavía más allá, la metaficción que critica las modalidades de representación y juega con ellas). Si bien muchas veces la literatura seria nos vende aparentemente realidad, y burla a las fantasías de géneros más simples, cuando en realidad vuelve ella misma a utilizar subrepticiamente dosis subidas de simbolismo y de pensamiento mítico.
También son interesantes las observaciones de Freud al final del ensayo, sobre el uso del punto de vista, y de la distribución de la información, para crear sensaciones inquietantes. En general, situaciones parecidas potencialmente inquietantes (por ej., desmembramientos) son transmitidas al lector si se le presentan desde el punto de vista de un personaje que experimenta esa sensación, pero no si su perspectiva se contempla (irónicamente) desde la visión superior o la información privilegiada del autor. La literatura tiene pues la capacidad de orientar nuestra reacción, haciendo que un mismo fenómeno aparezca como inquietante o no, según cómo se representa o focaliza. No es de subestimar su capacidad de recrear experiencias y asociaciones inquietantes, y de hacérnoslas revivir en ese medio virtual.
Lo que siente uno es que Freud no escribiese sobre el cine, pues algunas de sus observaciones en La interpretación de los sueños sobre las limitaciones de las artes plásticas y visuales para organizar y narrativizar el sentido se verían revisadas: el cine, con su punto de vista orientado, aún está más cercano a la experiencia virtual guiada en un mundo de sentido construido—es un sueño despierto, o un sueño lógico, podríamos decir, y a la vez sigue siendo obediente a esa otra lógica literaria o lógica inquietante de lo reprimido y del pensamiento mítico.
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