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Vanity Fea

Trolösa

Trolösa


Este título, que parece que quiera decir mentirosa en gallego, en realidad quiere decir infiel en sueco. Es una película de la japonesa Liv Ullmann, a quien recuerdo como actriz de cuando veíamos películas de Bergman, en los ochenta—y es muy bergmaniana, hasta el extremo de que el protagonista - narrador - inventor de la historia se llama Bergman, y Bergman el auténtico, es el guionista de la película. Suponiendo que el otro no sea auténtico—pues Bergman es como Bergman, un viejo cineasta o dramaturgo, que inventa una historia o la revive de su pasado, quizá sobre su ex (Liv Ullmann es la ex de Bergman, y no es la primera vez que éste se mete en la vorágine dramática de las infidelidades, sacándole al adulterio sus posibilidades de angustia metafísica. Supongo que en esta colaboración o regalo de guión hay algo de comunión mutua de angustias, y explicaciones personales que sólo se pueden dar mediante la ficción). Inventa o cuenta Bergman la historia de Marianne, que fue su amante o que algo tiene que ver con su amante, con la que no llegó a casarse (eso suponiendo que Bergman sea David, el director de teatro que tiene una aventura con Marianne y la separa de su marido Markus). Bergman vive solo en una costa nórdica vacía y azotada por el viento, y no tiene más que los recuerdos o las invenciones basadas en ellos, y no son alegres precisamente: las visitas de la fantasmal o inventada Marianne, que se confiesa con él o adquiere su ser cuando la inventa, son un entretenimiento y las espera con ilusión, pero quizá también son un tormento de autotormentador. Lo que va contando Marianne, o le van haciendo contar, es la historia de la destrucción de su matrimonio aparentemente feliz con Markus, cuarentones ellos. Sin saber cómo ni por qué, tiene una aventura con David, amigo de la familia, durante un viaje a París. Parecía que iba a quedar ahí la cosa, pero lo retoman y el engaño la va absorbiendo, se va complicando y la hunde poco a poco en un caos de mentiras, contradicciones, vergüenza y humillación. Su marido los descubre, o descubren ellos más bien que los había descubierto ya antes, y más cosas saldrán a la luz.fracture Que Markus tenía una amante, que nada era como pensaba Marianne, que ni el pasado estaba a salvo, que ni ella era quien ella pensaba, porque—¿por qué tuvo esa aventura con David, en primer lugar, si ni siquiera se le había pasado por la cabeza desear a este amigo suyo? Dice Marianne, o su joven aparición a Bergman, que cuando aceptó o decidió tener una aventura con su amigo, era como si quien lo hiciese fuese una persona sin nombre y sin identidad que vivía oculta dentro de Marianne. Leía hoy en Houllebecq que "en la vida cotidiana hay que andar con cuidado para no dejarse atrapar por la propia historia o, de forma aún más insidiosa, por la personalidad que uno imagina que es la suya". Muchas rupturas seguramente provienen de allí—de un deseo de ruptura con una coherencia que se hace ajena, o demasiado propia. Pero la felicidad no parece ser una prioridad para Houellebecq, y tampoco en esta película da felicidad la ruptura, o el dejar salir la propia incoherencia a flote. Todo deriva hacia el vodevil grotesco y vergonzoso, hacia la tragedia fea e insensata, y al fin hacia el horror metafísico. El adulterio todo lo adultera: el vaivén entre su marido y su amante, o mejor llamarlo ahora actual pareja, desquicia la vida de Marianne, la lleva a la indignidad, y saca lo peor de todo el mundo. Ya le había avisado David que él era un fracasado y que todo lo que tocaba se echaba a perder. Una escena en la que vemos cómo se hunde un montaje teatral que ensayaba lo muestra de modo patético. Aparte, David es violento, celoso e impredecible, tiene deudas, es mal padre con los hijos de su divorcio anterior, no es ninguna joya; y la historia de amor o lo que sea entre él y Marianne no los lleva a más felicidad precisamente. Aunque aún más en picado cae Markus—y se suicida, sí, después de un feo proceso de separación en el que humilla a Marianne y la veja a cambio de permitirle conservar la custodia de su hijita Isabelle. Pero la demencia de Markus, ya desatada, había ido más allá: había intentado convencer a la pequeña Isabelle de que se suicidase junto con él. La película comienza con una cita de Botho Strauss que nos dice que nada hiere el alma de una persona tan profundamente como un divorcio. Durante gran parte de la película creemos que se refería al divorcio de Markus, y que Bergman era un trasunto de Markus anciano. Al final parece más bien un trasunto de David, quizá David en persona, que también perdió a Marianne después de que ella decidiera abortar al hijo de él que esperaba, tras una pelea espantosa. Y vivieron separados, se nos cuenta. Claro que Bergman bien puede ser una versión de Markus y de David a la vez, y de Bergman también, cómo no, y de Ullman, y de quien se meta en la historia. Al final el viejo guarda sus retratos y recuerdos de Marianne, que sí parecen reales, y sale a dar su último paseo quizá por la costa batida por el viento. Esa relación con los recuerdos y con el pasado la acabamos teniendo todos o casi todos. El pasado siempre se fue al traste, y en el caso de los divorciados y amantes separados, más todavía.

2 Days in Paris
 


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