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Con el verano empezó a apretar el sol en las plazas y parece haberse disuelto el movimiento 15-M. Casi mejor que pase al olvido directamente y así quizá se haya conjurado a mitad de camino por vía de la desmemoria su trayectoria ineluctable, de la ilusión a la desilusión, descrita por Houellebecq avant la lettre:
Reunidos para luchar (manifestaciones de estudiantes, reuniones ecologistas, talk-shows sobre la marginalidad). La idea, a priori, es ingeniosa: efectivamente, los venturosos cimientos de una causa común pueden provocar un efecto de grupo, un sentimiento de pertenencia, e incluso una auténtica embriaguez colectiva. Lamentablemente, la psicología de masas obedece a leyes inmutables: se desemboca siempre en el dominio de los elementos más estúpidos y agresivos. Uno se encuentra entonces en medio de una banda de ruidosos y a veces peligrosos energúmenos. La elección, por lo tanto, es la misma que en la discoteca: irse antes de que empiece la pelea, o ligar (en un contexto aquí más favorable: puede que la presencia de convicciones comunes, los sentimientos diversos provocados por el desarollo de la manifestación, hayan estremecido ligeramente el caparazón narcisista). (Intervenciones, 79).
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