Más sobre simulación, detección y autoengaño
5/5/12
Leyendo ¿Qué nos hace humanos? de Gazzaniga, llegamos a la refinada capacidad humana para la mentira y la simulación. Los humanos somos extraordinariamente sensibles a la mirada y los gestos de otros humanos, hasta un nivel del cual ni siquiera es fácil darnos cuenta. La atracción sexual y la seducción comienza por miradas y encuentros visuales que a veces pasan desapercibios en sus fases iniciales incluso para los presuntos implicados. El tráfico por las aceras sigue las pistas que vamos lanzando con los ojos, para evitar colisiones, y la gente con gafas negras suele causar problemas de circulación. Las gafas negras de por sí son todo un fenómeno a estudiar. La experiencia de mirar a los ojos de otra persona es cualitativamente distinta de cualquier otra experiencia, y en el momento en que interpretamos dos formas orientadas hacia nosotros como dos ojos (o o) algo hace clic en nuestro cerebro. Lo mismo los gestos: tenemos sistemas cerebrales específicos para captar, clasificar y procesar caras, tan importante es eso para la vida social humana, y somos hipersensibles a los menores cambios, expansiones y arrugas en esas superficies de tensión variable, que nos dan mensajes esenciales sobre la actitud de la persona con la que estamos interactuando.
De la contemplación del cuerpo del otro y sus gestos obtenemos información crucial sobre sus actitudes, necesaria para la interacción. Ahora bien, resulta que la expresión de las emociones durante la interacción puede manipularse hasta cierto punto, y se inaugura en la expresión personal una de esas dinámicas retroalimentadas de simulación y detección descritas por Goffman en Strategic Interaction. Lo curioso es que estudiosos de la expresión como Paul Ekman han llegado a demostrar cómo pueden sistematizarse las "microexpresiones que resultan de intentar disimular emociones. La mayoría de las personas no las ven, pero es posible aprender a detectarlas" (Gazzaniga 116). Dado que tenemos hipersensibilidad hacia los rostros, y que estas microexpresiones son significativas, ¿no deberíamos haber desarrollado algún sistema de detección que hiciese difícil mentir? ¿Algún seguro en la comunicación para saber cuál es la verdadera actitud de la persona con la que interactuamos, y no la que nos quiere transmitir por el canal oficial?
Bien, parte del problema supongo que está en la misma noción de carrera armamentística en la que nos hallamos envueltos. El refinamiento de los instrumentos de simulación por una parte, y de detección de la simulación por otra, tienen una relación dialéctica. De ese modo, siempre nos hallaremos en la situación en la que nos hallamos: que se puede simular una actitud hasta cierto punto o con determinado público o mediante determinadas tácticas, pero que esa misma simulación puede ser captada por parte del público con los detectores adecuados, o por otro público distinto del público al que nos dirigimos. Hay siempre una cierta combinación de éxito con desfase en las maniobras maquiavélicas de simulación interaccional.
Ekman (sigo a Gazzaniga) sugiere también que "en el entorno en el que evolucionamos, mentir no era tan común porque había menos oportunidades. La gente vivía en campo abierto y en grupos. La falta de privacidad haría que las posibilidades de detección fuesen altas, y el descubrimiento se efectuaría mediante la observación directa de la conducta de un individuo, en vez de tener que basarse en el juicio sobre su manera de comportarse" (Gazzaniga 116-17). Y por supuesto los mentirosos son free riders de la semiótica, parásitos de la comunicación que se ven sometidos a todas las maniobras sociobiológicas que intentan acabar con quienes agostan los bienes comunes en beneficio propio. Aquí también hay una dinámica de tira y afloja entre el ventajismo y los castigadores sociales, y (a fin de cuentas) el resultado neto es que es provechoso explotar a los demás, o mentirles, si el mentiroso no es descubierto, con lo cual siempre hay un margen en aquellas situaciones en las que el riesgo de descubrimiento es limitado, y en ese terreno proliferan las maniobras maquiavélicas de simulación y detección del engaño y del abuso de confianza. Ekman señala que en la sociedad grande y compleja de repente se puede escapar al castigo social de maneras antes no disponibles, se puede desaparecer, comenzar una nueva reputación, etc., y tenemos así, según una explicación sociobiológica clásica, unos instintos de primates de sabana, o de cazadores-recolectores, sin adaptar plenamente a la nueva situación:
En gran medida, preferimos atenernos a la interacción social tal como nos es oficialmente propuesta, por muchos mensajes subliminales e informaciones indirectas que podríamos captar si de verdad lo intentásemos, o lo necesitásemos. La vida social funciona mejor engrasada por mentiras, ficciones colectivas, white lies y sobreentendidos. Incluso hay rituales de autoengaño educativos a este respecto, como el descubrimiento de la identidad de los Reyes Magos. Por otra parte, la comunicación social humana descansa no sobre la expresión directa de las actitudes, sino sobre las comunicación ambigua, negociable o indirecta; de esto hablaba Pinker en The Stuff of Thought. Podría decirse que la verdad reposa sobre una base de mentira, o quizá mejor, que la mentira y la verdad se encuentran tan imbricadas en el trato social de los humanos, que no es extraño que tengamos a la vez capacidades de detección muy sutiles, y que normalmente no las utilicemos, y prefiramos atenernos a la versión oficial de los acontecimientos, por comodidad o por no entrar en contradicciones con nosotros mismos, o por algún interés más directo. Gavin de Becker en The Gift of Fear "aconseja a la gente que confía en el fenómeno que él define como 'saber sin saber por qué'" (Gazzaniga 117)—la toma de decisiones con el cuerpo en lugar de con la mente social, podríamos decir. Pero cuando en tantas ocasiones nos resistimos tanto a creer a nuestras vibraciones, también debe ser por una razón. La verdad puede ser un conocimiento valioso, pero también incómodo, y muchas veces preferimos no saber las cosas que sabemos, o rodar sin más con el tráfico. Luego, claro, si los acontecimientos evolucionan de maneras molestas, siempre podemos decir que en realidad ya lo sabíamos, y mentimos sólo a medias.
Cuestión importante en el éxito de la mentira es que pase desapercibida incluso a nosotros mismos. Si sabemos que estamos deliberadamente manipulando o engañando o disimulando, es probable que nuestro lenguaje corporal nos delate. Tienen más éxito en sus trampas los tramposos que las hacen con el convencimiento de que actúan adecuadamente. En los experimentos de comportamiento egoísta/altruista que reporta Gazzaniga, en los que unos sujetos tenían que distribuir tareas (unas agradables y otras desagradables para hacer, por ejemplo lanzando una moneda al azar) entre sí mismos y otros, "los que tenían un mayor sentido de responsabilidad moral no mostraron signos de una mayor integridad moral: ¡en realidad, mostraban signos de una mayor hipocresía! Tenían más probabilidades de aparentar ser éticos (lanzar la moneda) pero no de serlo realmente (permitir que fuese el lanzamiento de la moneda el que determinase la asignación de tareas)." (119). O sea, que trucaban el proceso, pero envolviéndolo en un discurso de responsabilidad ética. En este y otros casos, "Para salir airoso del embuste es de utilidad no saber conscientemente que estás contando un cuento chino, porque entonces tendrás menos ansiedad y por tanto habrá menos posibilidades de que te pillen" (118).
En suma, que parece que la cooperación en la sociedad humana está ajustada de modo que todos salen ganando del hecho de la cooperación social, incluso los que son explotados por los demás, de modo que les resulta rentable autoengañarse. Pero siempre hay quien sabe hacer jugar las cosas a su favor, y no sólo se beneficia de la existencia de la sociedad cooperativa, sino que además explota las ganancias marginales obtenidas mediante el engaño. Esta dinámica es la que ha seleccionado la evolución humana, y la que nos ha hecho como somos, con grandes capacidades para el engaño, para el autoengaño, y para la ceguera interesada a ambos.
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