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Nuestra sed de aprobación y elogios

lunes, 17 de septiembre de 2012


Nuestra sed de aprobación y elogios

En El origen del hombre, Darwin tiene este interesante pasaje comentando el origen del altruismo y de la solidaridad social, explicados mediante la selección natural:

Pero otro estímulo, mucho más potente, para el desarrollo de las virtudes sociales lo proporciona el elogio y la censura de nuestros compañeros. Tal como hemos visto, al instinto de simpatía se debe, en primer lugar, el que apliquemos tanto elogios como censuras a los demás, mientras que gustamos de los primeros y tememos a las segundas cuando se nos aplican; y sin duda este instinto se adquirió originalmente, como todos los demás instintos sociales, mediante selección natural. Desde luego, no podemos decir lo temprano que era el período en que los progenitores del hombre, en el decurso de su desarrollo, se hicieron capaces de sentir y de ser impulsados por las alabanzas o las críticas de sus compañeros. Pero resulta que incluso los perros aprecian el incentivo, el elogio y la censura. Los salvajes más primitivos tienen sentimientos de gloria, como demuestran claramente al conservar los trofeos de sus proezas, por su costumbre de jactancia excesiva, e incluso por el cuidado extremo que ponen en su aspecto personal y en sus decoraciones; tales hábitos no tendrían sentido a menos que consideren la opinión de sus compañeros. (...)
   
Por ello podemos llegar a la conclusión de que el hombre primitivo, en un período muy remoto, estaba influido por el elogio y la censura de sus compañeros. Es evidente que los miembros de la misma tribu aprobaran la conducta que les pareciera que era para el bien general, y que reprobaran la que pareciera mala. Hacer el bien a los demás ("Tratad a los hombres como vosotros queréis ser tratados por ellos") es la piedra fundamental de la moralidad. Por ello, apenas es posible exagerar la importancia durante tiempos primitivos del amor por el elogio y del temor a la censura. Un hombre que no se viera impelido por ningún sentimiento profundo e instintivo a sacrificar su vida por el bien de los demás, pero que se viera estimulado a dichas acciones por un sentimiento de gloria, mediante su ejemplo excitaría el mismo deseo de gloria en otros hombres, y reforzaría mediante ejercicio el noble sentimiento de la admiración. De este modo haría más bien a su tribu que engendrando descendientes con una tendencia a heredar su propio carácter elevado.

Con una experiencia y razón acrecentadas, el hombre percibe las consecuencias más remotas de sus acciones; y las virtudes de amor propio, tales como templanza, castidad, etc., que durante las épocas primitivas, como hemos visto, no son tenidas en cuenta en absoluto, llegan a ser muy estimadas o incluso se consideran sagradas. Sin embargo, no necesito repetir lo que ya dije a este propósito el capítulo anterior. En último término, nuestro sentido moral o nuestra consciencia se convierte en un sentimiento muy complejo: se origina en los institntos sociales, es conducido en gran parte por la aprobación de nuestros semejantes, regido por la razón, el interés propio y, en los últimos tiempos, por profundos sentimientos religiosos, y confirmado por la instrucción y el hábito.

No hay que olvidar que aunque un elevado nivel de moralidad no confiere más que una ligera ventaja, o ninguna en absoluto, a cada hombre individual y a sus hijos sobre los demás hombres de la misma tribu, en cambio, un aumento en el número de hombres bien dotados de cualidades y un progreso en la norma de moralidad otorgará ciertamente una inmensa ventaja a una tribu sobre otra. Una tribu que incluya muchos miembros que, por poseer en grado alto el espíritu de patriotismo, fidelidad, obediencia, valentía y simpatía, estén siempre dispuestos a ayudarse mutuamente y a sacrificarse por el bien común, será victoriosa sobre la mayoría de las demás tribus; y esto será selección natural. En todas las épocas y en todo el mundo, unas tribus han sustituido a otras y, puesto que la moralidad es un elemento importante de su éxito, la norma de moralidad y el número de hombres con buenas cualidades tenderá a crecer y a aumentar en todas partes. (170-172)

A añadir aquí el capítulo de Fielding sobre el teatro de la aprobación y desaprobación en el mundo.

Somos de lo más
 


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