Filtrando la sobreinformación
Uno de los últimos capítulos del libro de James Gleick La información, "Noticias nuevas todos los días", está dedicado a la sobreinformación, y en especial al impacto de la Red y las tecnologías digitales. Pero es un problema que siempre se ha dado. De hecho, comienza con una referencia a la Biblioteca de Babel de Borges, y pronto nos encontramos a la Biblioteca Británica como Biblioteca de Babel encarnada, o empapelada, donde un libro puede estar perdido para siempre, como si fuese la Biblioteca de Buenos Aires... "Nadie puede recorrerse toda la biblioteca para explorarla".
Es inquietante la correlación entre atención e información: a poca información, mucha atención, y viceversa. Y si la información es ilimitada, la atención es limitada. Un bien preciado. La mayor parte de lo que se escribe, produce o digitaliza quizá pase al olvido de los estantes para la eternidad sin nadie que lo lea, y no sólo los artículos académicos. Lo que sí ha atraído atención son los sistemas de gestionar eficazmente la información—o algunos de ellos. Mi bibliografía, por ejemplo, ya empieza a caer en la categoría de la biblioteca inexplorable, o del libraco abandonado detrás de un estante del quinto sótano.
En sus encarnaciones informáticas estas estrategias parecen nuevas. Pero no lo son. De hecho, una parte considerable de la maquinaria de los medios de comunicación impresos—que ahora se dan por descontados, invisibles como el viejo fondo de escritorio—evolucionó en respuesta directa a la sensación de saciedad informativa. Son mecanismos de selección y clasificación: índices alfabéticos, críticas literarias, estructuras por secciones y ficheros como en una biblioteca, enciclopedias, antologías y recopilaciones, libros de citas y diccionarios geográficos. Cuando Robert Burton se explayaba hablando de "noticias nuevas todos los días", de "nuevas paradojas, opiniones, cismas, herejías, controversias filosóficas, religión, etcétera", intentaba justificar el gran proyecto de su vida, Anatomía de la Melancolía, un confuso compendio de todo el saber conocido. Cuatro siglos antes, Vincent de Beauvais, fraile de la orden de los dominicos, intentó ofrecer su propia versión de todo el saber, creando una de las primeras enciclopedias medievales, Speculum Maius, "Espejo Mayor": una colección de manuscritos organizados en ochenta libros, con un total de nueve mil ochocientos ochenta y cinco capítulos. Justificaba así su obra: "La infinidad de libros, la falta de tiempo y las limitaciones de la memoria impiden que nuestra mente pueda retener de la misma manera todo lo que se ha escrito". Ann Blair, profesora de la universidad de Harvard, especialista en historia de la Europa de comienzos de la Edad Moderna, lo dice claramente: "la percepción de una sobreabundancia de libros impulsó la producción de muchos más libros". A su manera, también algunas ciencias naturales, como, por ejemplo, la botánica, aparecieron en respuesta a una sobrecarga de información. En el siglo XVI, la explosión de especies reconocidas (y de nombres) hizo imprescindible nuevas rutinas de descripciones estandarizadas. Aparecieron enciclopedias botánicas, con sus glosarios y sus índices. Brian Ogilvie considera que la historia de los botánicos renacentistas estuvo "impulsada y condicionada por la necesidad de controlar el exceso de información que ellos mismos habían producido inconscientemente". Crearon un "confusio rerum", dice, "acompañado de un confusio verborum". Una masa confusa de cosas nuevas; una confusión de términos. La historia natural nació para canalizar la información.
Cuando las nuevas tecnologías de la información alteran el paisaje existente, provocan un caos: aparecen nuevos canales y diques para reconducir la corriente que irriga y transporta. El equilibrio entre creadores y consumidores se ve afectado: autores y lectores, oradores y oyentes. Las fuerzas de mercado se confunden; la información puede parecer muy insignificante y muy valiosa a la vez. Los viejos sistemas de organización del conocimiento dejan de funcionar. ¿Quién se encargará de buscar? ¿Quién se encargará de filtrar? El caos da paso a una mezcla de esperanza y temor. En los primeros tiempos de la radio, Bertolt Brecht, esperanzado, temeroso y bastante obsesionado, expresó esa sensación de manera aforística: "Un hombre que tenga algo que contar y no encuentre a nadie dispuesto a escucharlo, mal lo tiene. Pero peor lo tienen los que están dispuestos a escuchar y no encuentran a nadie que tenga algo que decirles". El cálculo siempre varía. Preguntemos a blogueros y tweeters: ¿qué es peor, muchas bocas o muchos oídos? (Gleick 418-19)
Lo cierto es que hemos perdido totalmente la noción de hasta qué punto todas nuestras actividades, el paisaje mismo que habitamos, está dirigido hacia un filtrado adecuado de la sobreinformación potencial—a organizar y gestionar la información y el conocimiento de manera eficiente. Desde la existencia de disciplinas y carreras, a las que dedicamos tantos años y esfuerzo, pasando por la economía y sus expectativas, a las dinámicas de la fama y la moda. Eso debido a la curiosa dinámica de la socialización humana, por la cual una información valiosa es la que atrae la atención de los demás—o va a permitir gestionar su atención, o sus esfuerzos. Tantos esfuerzos y tanta economía humana van dirigidos a aquello que atrae la atención y la intención de la gente. La Búsqueda, por supuesto, es esencial.
Pero es que incluso las teorías científicas son una manera de gestionar la información: de reducirla o empaquetarla eficientemente, sustituyendo muchos fenómenos aislados por una ley o fórmula que los explica. Y la gran historia de todas las historias, la cosmología y la evolución, puede entenderse como un principio eficaz de ordenación de la biblioteca, situando a cada fenómeno en su momento histórico y el nivel de emergencia que le corresponde. No hacemos otra cosa que filtrar; también para eso se supone que nacieron los blogs, para gestionar la atención del personal lector, y la propia.
Aquí en este ordenador también ordenamos toda la información disponible, y por este portillo, o por cualquier otro, entramos al laberinto donde se organizan y clasifican todas las cosas del universo.
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