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Implicarse en el juego

sábado, 13 de julio de 2013

Implicarse en el juego

En el juego hay que implicarse, y si no se consigue, no se juega bien ni a gusto. Algo al respecto decía Huizinga en Homo ludens—la experiencia auténtica del juego, la inmersión en ese ámbito aparte de lo no-serio, ese paréntesis en la realidad, implica paradójicamente tomarse el juego en serio, atenerse a sus reglas, y olvidarse momentáneamente de lo que rodea al espacio de juego y a los jugadores. Sigue en esto el juego la lógica de la teoría de los marcos; el espacio virtual inserto en un espacio conceptual mayor funciona según sus propias normas, y es capaz de concentrar toda la atención de los sujetos, sujetos al juego, y malos jugadores si desbaratan las barreras invisibles que lo aíslan de la realidad circundante, ese otro juego.

Algo parecido sugiere Gadamer en su ensayo "Hombre y lenguaje" de 1965. Cito un párrafo sobre diálogo y juego:

Como he mostrado en otro lugar [Cf. I, 461 s.], la forma efectiva del diálogo se puede describir partiendo del juego. Para ello es preciso liberarse de un hábito mental que ve la esencia del juego desde la conciencia del sujeto ludente. Esta definición del hombre que juega, popularizada sobre todo por Schiller, sólo capta la verdadera estructura del juego en su apariencia subjetiva. Pero el juego es en realidad un proceso dinámico que engloba al sujeto o sujetos que juegan. Así, no es pura metáfora hablar del juego de las olas, del juego de los mosquitos o del libre juego de las articulaciones. La fascinación del juego para la conciencia ludente reside justamente en ese salir fuera de sí para entrar en un contexto de movimiento que desarrolla su propia dinámica. Hay juego cuando el jugador toma el juego en serio, es decir, no se reserva como quien se limita a jugar. De las personas que son incapaces de hacer esto solemos decir que no saben jugar. Mi idea es que la naturaleza del juego, consistente en estar impregnado de su espíritu—espíritu de ligereza, de libertad, de la felicidad del logro—y en impregnar al jugador, es estructuralmente afín a la naturaleza del diálogo, que es el lenguaje realizado. El modo de entrar en conversación y de dejarse llevar por ella no depende sustancialmente de la voluntad reservada o abierta del individuo, sino de la ley de la cosa misma que rige esa conversación, provoca el habla y la réplica y en el fondo conjuga ambas. Por eso, cuando ha habido diálogo, nos sentimos "llenos". El juego de habla y réplica prosigue en el diálogo interior del alma consigo misma, como definió Platón bellamente al pensamiento. (Verdad y Método II 150-51)


Lo que se aplica a esa invaginación que es el juego se aplica a la vida en su conjunto. Tampoco sabe vivir, tendemos a creer, el que no se toma la vida en serio, a pesar de sus arbitrariedades e insustancialidades. Es una idea que a veces me gusta aplicar al fútbol—la teoría del fútbol como sustancia de la vida. Parece que de algún modo pide una esfera este tipo de razonamientos globales, que implican a toda la realidad, como el Ser de Parménides. El fútbol es, de por sí, y más dado su uso desproporcionado en España, una actividad irrelevante y estúpida, escandalosamente arbitraria. Su único mérito para atraer la atención (más que el balonmano pongamos, o que el water-polo) reposa en un razonamiento circular o esférico—atrae la atención de uno porque atrae la atención de otros. Es una esfera de (ir)realidad autosustentada, o sustentada colectivamente en una especie de autohipnosis de masas. Es difícil de creer que, visto el extremo hasta el que juega con la irrelevancia más indignante, extendiéndose por las ondas de radio y televisión durante horas y horas hasta la extenuación, analizando vapores informativos con una insustancialidad que deja chiquitas a las especulaciones de la escolástica y sus doctores angélicos, y absorbiendo injustificadamente la atención de todo dios—digo que visto el punto hasta el cual el fútbol provoca nuestro sentido de las prioridades, haciendo ostentación de gratuidad y desproporción... parece mentira que no lleve a la gente a reflexión sobre la naturaleza de la realidad.

Pero en cierto modo lo hace. Es de hecho, creo, una reflexión inconsciente o vivida in actu, una teatralización de lo que tenemos delante y que todos sabemos pero sin embargo pocos reconocen en público (como sucede con otras verdades evidentes, como que Dios es una ficción, o que los muertos han muerto para siempre). El fútbol, como juego por excelencia, es a la vez una exhibición de la gratuidad del juego, y una demostración de que esa gratuidad ha de perderse de vista para quienes se implican en él. En eso es como la vida, y si la gente se lo toma tan en serio es por aferrarse de alguna manera con seriedad a la vida. Que de por sí tiene menos agarraderos que una esfera engrasada.

Yo tengo algo de aguafiestas, y siento una atracción (resistible) hacia las rupturas de marco. Me gusta ver los juegos como juegos, y poner de manifiesto sus arbitrariedades y sus adhesiones irracionales. Quizá sea por esa satisfacción del diálogo con uno mismo a la que alude Gadamer. Es un tanto peligroso esto de señalar a las convenciones del juego, o apartarse de ellas, en lo que se refiere al juego de la vida—pero puede verse también en eso una especie de juego, un juego con el juego. Después de todo, todo juego es un juego conceptual a un determinado nivel. Y toda regla social está ahí (nos dice Goffman en Behavior in Public Places) no para seguirla automáticamente, sino para tenerla en cuenta a la hora de actuar y de mover pieza. En el tablero de negras noches y de blancos días.

Goffman: El teatro de la interioridad


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