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Del sentido de la vista (La semiótica de la visión en Adam Smith)

martes, 31 de mayo de 2016

Del sentido de la vista (La semiótica de la visión en Adam Smith)

 

Fragmento de la sección sobre la vista del ensayo de Adam Smith "De los sentidos externos." En Smith, Ensayos filosóficos. Madrid: Pirámide, 1998. 137-72.  Se encuentran aquí interesantes precedentes de la concepción interaccional de los sentidos que aparece en la filosofía de H. G. Mead—del mismo modo que Berkeley es un precedente pasmoso de la fenomenología a principios del siglo XVIII.

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DEL SENTIDO DE LA VISTA

El Dr. Berkeley en su Nueva Teoría de la Visión, uno de los mejores ejemplos de análisis filosófico que cabe encontrar en nuestra lengua o en cualquier otra, ha explicado con tanta precisión la naturaleza de los objetos de la vista, sus diferencias y sus correspondencias y nexos con los del tacto, que apenas tengo nada que añadir a lo que ya se ha dicho. Si he tenido la presunción de abordar el mismo asunto después de un maestro tan insigne es sólo para que algunas de las cosas que diré más tarde resulten inteligibles a los lectores que puedan no haber tenido la oportunidad de estudiar su libro. Lo que tenga que exponer sobre el tema, si no ha sido tomado de él directamente, al menos ha sido sugerido por lo que él ha escrito.

(...)


El benévolo objetivo de la naturaleza al concedernos el sentido de la vista es evidentemente informarnos acerca de la posición y distancia de los objetos tangibles que nos rodean. Del conocimiento de esa distancia y posición depende toda la conducta de la vida humana, en los asuntos más triviales tanto como en los más relevantes. Incluso el movimiento animal depende del mismo, y sin él no podríamos movernos y ni siquiera estar quietos con total seguridad. Los objetos de la vista, como subraya acertadamente el Dr. Berkeley, constituyen una suerte de lenguaje que el autor de la naturaleza dirige a nuestros ojos y por medio del cual nos informa acerca de muchas cosas, cuyo conocimiento resulta para nosotros de la mátima importancia. Así como en el lenguaje corriente las palabras o sonidos no guardan semejanza alguna con las cosas que denotan, en este otro lenguaje los boejtos visibles no guardan similitud alguna con el objeto tangible que representan y de cuya posición relativa nos informan—con respecto a nosotros mismos o algún otro objeto.

Admite que aunque virtualmente no existe palabra que por naturaleza esté mejor preparada para expresar un significado que otro, ciertos objetos visibles están mejor preparados que otors para representar ciertos objetos tangibles. Un cuadrado visible, por ejemplo, es más idóneo que un círculo visible para representar un cuadrado tangible. Quizá no exista, hablando con propiedad, un cubo visible o un globo visible, y los objetos de la vista son todos presentados naturalmente a nuestros ojos como si estuvieran sobre una superficie. Pero a pesar de todo existen ciertas combinaciones de colores preparadas para representar al ojo tanto al cubo tangible cercano como al disante, tanto sus líneas, ángulos y superficies que avanzan como las que retroceden; y hay otras perparadas para representar del mismo modo tanto la superficie del globo tangible que se aproxima como la del que se aleja. La combinación que representa al globo tangible no servirá para representar al cubo tangible. Aunque pueda no haber semejanza, entonces, entre los objetos visibles y tangibles, existe una suficiente afinidad o correspondencia entre ellos para hacer que cada objeto visible sea más idóneo para representar un cierto objeto tangible en concreto antes que ningún otro objeto tangible. Pero la gran mayoría de las palabras parecen no mantener ninguna clase de afinidad o correspondencia con los significados o ideas que expresan; y si la costumbre así lo ha ordenado, también podrían con igual propiedad ser utilizadas para manifestar cualquier otro significado o idea.

El Dr. Berkeley, con esa facilidad para la ilustración que casi nunca lo abandona, destaca que esto en realidad no es más que lo que ocurre en el lenguaje corriente; y que aunque las letras no son en nada parecidas a las palabras que denotan, a pesar de ello la misma combinación de letras que representa una palabra no siempre será apta para representar otra; y que cada palabra es mejor representada siempre por su propia combinación de letras. La comparación, empero, resulta aquí totalmente alterada. El nexo entre los objetos visibles y tangibles fue ilustrado primero mediante la comparación entre el lenguaje hablado y los significados o ideas que el lenguaje hablado nos sugiere; yha ahora es ilustrado mediante la conexión entre el lenguaje escrito y el oral, lo que es totalmente diferente. Además, ni siquiera esta segunda ilustración se aplica perfectamente al caso. Es verdad que cuando la costumbre ha determinado exactamente las potencialidades de cada letra, cuando ha estipulado, por ejemplo, que la primera letra del alfabeto siempre ha de representar tal sonido, y la segunda letra tal otro sonido; cada palabra llega entonces a ser representada por una cierta combinación de letras o caracteres escritos más correctamente que por ninguna otra combinación. Pero aun los caracteres mismos son totalmente arbitrarios, y no tienen afinidad o correspondencia de ninguna clase con los sonidos articulados que denotan. El carácter que señala la primera letra del alfabeto, por ejemplo, si la costumbre así lo hubiese ordenado, podría con total propiedad haber sido utilizado para expresar el sonido que hoy anexamos a la segunda, y el carácter de la segunda para expresar el que hoy anexamos a la primera. Pero los caracteres visibles que representan ante nuestros ojos el globo tangible no representarían tan bien el cubo tangible; y los que representan el cubo tangible no representarían con tanta propiedad el globo tangible. Existe, pues, evidentemente, una cierta afinidad y correspondencia entre cada objeto visible y el objeto tangible concreto por él representado, muy superior a la que tiene lugar entre el lenguaje escrito y el oral, o entre el lenguaje hablado y las ideas o significados que sugiere. El lenguaje que la naturaleza dirige hacia nuestros ojos tiene claramente una idoneidad representativa, una aptitud para significar las cosas precisas que denota, muy superior a la de cualquiera de los lenguajes artificiales que el arte e ingenio humanos han sido capaces de inventar hasta hoy.

El que esta afinidad y correspondencia entre los objetos visibles y tangibles no puede de por sí, y sin la asistencia de la observación y la experiencia, enseñarnos a inferir por cualquier esfuerzo racional qué objeto tangible preciso es representado por cada objeto visible, si no es suficientemente evidente por lo dicho hasta aquí, lo será completamente a partir de las observaciones del Sr. Cheselden sobre el joven ya mencionado que operó de cataratas. "Aunque decimos que este caballero estaba ciego—afirma el Sr. Cheselden—como lo hacemos de todas las personas que padecen cataratas, en realidad nunca están por tal causa ciegos, sino que pueden discernir el día de la noche; y en la mayoría de los casos pueden con una luz potente distinguir el blanco, el negro y el escarlata; pero no pueden percibir la forma de ninguna cosa, porque la luza a la que se efectúan tales percepciones entra oblicuamente a través de humor ácueo, o la superficie anterior del cristalino (por la que los rayos no pueden enfocarse sobre la retina), y no pueden discernir, como no podría un ojo sano a través de un cristal lleno de jalea, donde una gran variedad de superficies refractan la luz de modo tan diferente que los numerosos haces de rayos no pueden ser recogidos por el ojo en su foco apropiado; de ahí que la forma de un objeto en tal caso no puede ser percibida en modo alguno, aunque su color sí; y así fue cómo este joven, aunque conocía esos colores separados a la luz del día, cuando lo vio después de la operación, las ligeras ideas que tenía antes sobre ellos no le resultaban suficientes para reconocerlos después; y por eso creía que no eran los mismos que antes había conocido con tales nombres". Este joven, pues, tenía alguna ventaja sobre la persona que de un estado de ceguera total pasa a ver por primera vez. Tenía una noción imperfecta de la distinción entre colores; y debió saber que esos colores poseían alguna clase de conexión con los objetos tangibles que que se había acostumbrado a sentir. De haber emergido de una ceguera completa sólo podría haber aprendido esta conoexión a partir de un curso prolongado de observación y experiencia pero lo poco que dicha ventaja le sirvió queda claro en parte de los pasajes del relato del Sr. Cheselden ya citados, y del siguiente:

"Cuando vio por primera vez—afirma este diestro cirujano—ponderaba tan mal las distancias que pensaba que todos los objetos tocaban sus ojos (así lo decía) como sentía que lo hacían con su piel; y creía que no había objetos tan agradables como los suaves y regulares, aunque no podía formarse una opinión sobre su forma o averiguar qué era lo que en cualquier objeto le agradaba. Desconocía la forma de todo y no distinguía una cosa de otra, por distintas que fueran su forma o magnitud; pero cuando se le apuntaban las cosas cuya forma conocía él antes por el tacto, las observaba cuidadosamente, de modo de reconocerlas después; aunque como debía familiarizarse con mucho objetos a la vez, olvidaba a bastantes de ellos; y (como él decía) primero aprendía a conocer, y después se olvidaba de mil cosas al cabo del día. Relataré sólo una circunstancia (aunque pueda parecer insignificante): al haberse olvidado muchas veces cuál era el gato y cuál el perro, sentía vergüenza de preguntar; entonces tomaba al gato entre sus manos (conocía su tacto), lo miraba con resolución, y después lo dejaba en el suelo diciendo: minino, ya sabré quién eres la próxima vez".

Cuando el joven declaraba que los objetos que veía tocaban sus ojos ciertamente no quería decir que presionaban o resistían contra sus ojos; porque los objetos de la vista nunca actúan sobre el órgano en ninguna manera que se asemeje a la presión o la resistencia. No podía querer decir más que estaban cerca de sus ojos o, para hablar con más propiedad, quizá, que estaban en sus ojos. Una persona sorda que pudiera de pronto oír, podría del mismo modo naturalmente proclamar que los sonidos que oye tocan sus oídos, queriendo decir que los siente cerca de ellos o, por decirlo con más propiedad, quizá, dentro de ellos.

El Sr. Cheselden añade después: "Pensamos que pronto se daría cuenta de lo que eran los cuadros que se le mostraban, pero comprobamos más tarde que estábamos equivocados; dos meses después de la operación descubrió que representaban cuerpos sólidos, cuand ohasta ese momento los consideraba sólo planos multicolores, o superficies con una diversidad de pinturas; e incluso entonces quedó sorprendido, porque esperaba que los cuadros serían al tacto como las cosas que representaban y se admiró al verificar que las partes que por su luz y su sombra parecían redondas e irregulares, al tacto eran tan planas como el resto; y preguntó cuál era el sentido que engañaba, el tacto o la vista".

La pintura, al combinar luz y sombra, análogamente a lo que hace la naturaleza en los objetos visibles que nos presenta, procura imitar esos objetos; pero nunca ha sido capaz de igualar la perspectiva de la naturaleza, o de proporcionar a sus producciones la fuerza y claridad de relieve y proyección que la naturaleza confiere a las suyas. Cuando el joven empezaba a comprender la intensa y nítida perspectiva de la naturaleza, la tenue y débil perspectiva de la pintura no le impresionó nada, y el cuadro le pareció lo que en realidad era: una superficie plana salpicada con varios colores. Cuando se familiarizó más con la perspectiva de la naturaleza, la inferioridad de la de la pintura no le impidió descubrir su semejanza con la de la naturaleza. En la perspectiva de la naturaleza había observado que la posición y distancia de los objetos tangibles y representados se correspondían exactamente con la que los objetos visibles y representantes le sugería. Esperaba ver la misma cosa en la perspectiva similar aunque inferior de la pintura, y le desilusionó el comprobar que en este caso los objetos visibles y tangibles no manifestaban su correspondencia habitual.

"Un año después de ver —agrega el Sr. Cheselden— el joven caballero fue llevado a Epsom-downs, y al observar un vasto panorama disfrutó con él sobremanera, y lo llamó una nueva clase de visión". Es obvio ue en ese momento ya había comprendido perfectamente el lenguaje visual. Los objetos visibles que esa amplia perspectiva le presentaba no parecía ya que tocaran el ojo o que estuvieran cerca de él. Ya no parecían de la misma magnitud que aquellos objetos a los que se había acostumbrado poco después de su operación, en el pequeño cuarto donde se hallaba confinado. Esos nuevos objetos visibles a un mismo tiempo y como si fuera espontáneamente asumían tanto la distancia como la magnitud de los grandes objetos tangibles que representaban. Parece, pues, que había llegado a controlar completamente el lenguaje visual, y lo había hecho al cabo de un año, un períoodo mucho más breve que el que requeriría cualquier persona adulta para aprender totalmente un idioma extranjero. También parece que hizo grandes progresos incluso en los dos primeros meses. En ese primer período empezó a comprender hasta la tenue perspectiva de la pintura; y aunque al principio no podía distinguirla de la poderosa perspectiva de la naturaleza, no pudo haber sido así engañado por una imitación tan imperfecta si los grandes principios de la visión no hubiesen sido antes profundamente impresos en su mente, y si no hubiera estado, por asociación de ideas o algún otro principio ignoto, firmemente resuelto a esperar ciertos objetos tangibles como consecuencia de los visibles que se le habían presentado. Este rápido progreso puede ser quizá explicado por esa preparación para la representación, que ya ha sido destacada, entre los objetos visibles y tangibles. Cabe decir que en este lenguaje de la naturaleza las analogías son más perfectas; las etimologías, las declinaciones y las conjugaciones, por así decirlo, son más regulares que las de ningún lenguaje humano. Hay menos reglas y las que hay no admiten excepciones.

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Sobre esta cuestión hay que tener en cuenta también el debate en torno al "problema de Molyneux", una paradoja sobre la cual la postura de Adam Smith (y la de Berkeley, por otra parte) parece bastante clara. Ver la conferencia de Carmen Baños, "El problema de Molyneux", YouTube (fgbuenotv) 9 Feb. 2016.*
    https://youtu.be/_9mjxZT62c4
    2016


 

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