Retropost (2006): El Nuevo Régimen de la escritura pública
 
 El Nuevo Régimen de la escritura pública 
Publicado en Netiqueta.  com. José Ángel García Landa 
Interesante artículo en el New York Times sobre  los rectores y directores de centro que abren un blog. A veces hasta  con comentarios; qué atrevidos. Claro que van con bastantes pies de  plomo en lo que escriben, faltaría más. 
Un  blog puede ser cualquier cosa, o sea que "abrir un blog" en sí no  quiere decir nada. Puede ser desde una sonrisa profidén que muestre la  cara oficial (y perfecta por tanto) de la Universidad, hasta una cosa obscena, impresentable en público, y que metería a un personaje con cargo de  gobierno académico en una serie de problemas que harían parecer  chiquitos a los que ya tienen de entrada.
Yo  no tengo ningún cargo, y sin embargo sé que llegará el momento en el  que el blog me cree algún tipo de problemas profesionales, no sé si  serios o no. Para saberlo no hay que ver sino la hiperprudencia con la  que un medio de comunicación tan fascinante como éste (me refiero ahora a  los blogs en general, no sólo al mío) ha sido recibido en la pacata  universidad. Los académicos, con muy contadas excepciones, no se abren  blogs. Y de hacerlo, optan naturalmente por el blog especializado en un  tema (en los blogs, por ejemplo, o en los libros), no por el blog blog,  esa cosa que va de todo y de nada. Supongo que mucho es cuestión de  carácter, o de unos rituales de vigilancia mutua que ya se internalizan  desde los tiempos del aula. Vigilancia mutua, digo, y a la vez miedo a  la vigilancia mutua, que las dos cosas van juntas. Tampoco creo que sean  cosas exclusivas de los académicos, claro. En cualquier pequeña  sociedad laboral puede resultar la convivencia alterada cuando no se  observan de la manera acostumbrada las pequeñas hipocresías que hacen  tolerable la vida en sociedad y van engrasando los mecanismos del trato  comunicativo.
 
No  digo que los blogs escapen a este régimen de vigilancia, secretismo, y  de verdades oficiales. Lo observan a su manera, por supuesto. Yo, por  ejemplo, no me pongo aquí a pregonar todo lo que se me pasa por la  cabeza ni a decir lo que pienso de todo el mundo con nombres y  apellidos, faltaría más. Se siguen protocolos. A lo que voy es que la  existencia de los blogs hace que los protocolos se desplacen, siquiera  ligeramente (ligeramente de momento, al ser pocos los blogs; más a  medida que vaya cogiendo fuerza este nuevo régimen de la escritura pública).
Como  sucedió con el correo electrónico, los blogs alteran el orden existente  entre la oralidad y la escritura. Hay dos dimensiones importantes:  cuestiones de tono, informalidad e intimidad, y cuestiones de  accesibilidad y publicidad. En el caso del e-mail, se ha comentado mucho  la manera en que se incorpora de una nueva manera el lenguaje hablado a  la escritura; los protocolos escritos tradicionales de las cartas  quedan trastocados, y a veces los intercambios se aproximan mucho más a  una conversación informal. Lo cual puede acarrear problemas de protocolo  comunicativo, cortesía... También en los blogs la informalidad  espontánea con que se redactan puede resultar ofensiva o descortés para  muchos, aunque no sea más que por la superposición de temas y de  perspectivas que se dan en el blog blog, y no digamos por la posibilidad  de comentarios anónimos públicos... Los trolls, desde luego, explotan  todas las posibilidades de descortesía que tiene el medio, dándole al  bloguero, digamos, taza y media de su propio caldo.
Pero  aún más que las cuestiones de tono, el régimen de las comunicaciones  queda alterado por el nuevo acceso a la comunicación múltiple y masiva  por parte de los individuos. Aún recuerdo la ira de un anterior director  de departamento nuestro al descubrir que no tenía manera de controlar  las comunicaciones por correo electrónico, y que de la misma manera que  él podía enviar a todos los colegas una circular, podía hacerlo yo mismo  con un mensaje que quisiese comunicarles, y sin solicitar su  autorización. Casi temor reverencial despiertan las posibilidades de  esta nueva situación: de ahí que sean contadísimos los casos, por  ejemplo, en los que alguien envía una comunicación de carácter dudoso o  problemático a una lista de distribución. (Un problema de esa índole dio  lugar a la creación del Rincón de Opinión de la Universidad de  Zaragoza, donde casi nadie menos yo mismo opina). Otro ejemplo de este  temor reverencial al nuevo régimen comunicativo podría ser que a pesar  de ventilarse en mi blog cuestiones polémicas a veces sobre cuestiones  de trabajo, y ser bastante bien conocido (y el único medio público en el  que se habla de estas cuestiones) jamás ningún colega pone comentarios  ni a favor ni en contra de mi opinion (ni siquiera anónimamente, creo).  Podría interpretarse como un caso de "a palabras necias, oídos sordos",  claro, pero creo que no cabe la cuestión en esos términos únicamente.  Existe miedo, miedo por una parte a la opinión libre en la Universidad, y  miedo por otra al nuevo régimen de comunicaciones, por lo que tiene de  desconocido, de protocolos fluidos, de identidades problemáticas, de  consecuencias imprevisibles.
Hasta  hace poco, que algo apareciese por escrito y en público requería que el  interesado dispusiese de imprenta y servicio de distribución propio, o  que fuese el director de un periódico—o que el escrito fuese filtrado  previamente por los protocolos editoriales y censura preventiva de los  periodistas y editores. Por ejemplo, a mí hace unos años, durante una  huelga, un grupo de matones sindicales bloqueó la entrada a la Facultad y  me impidió entrar. Yo dirigí una carta de protesta al Rector, que fue  ignorada, y al director del Heraldo de Aragón; también fue ignorada, a pesar de que al director del Heraldo, que era profesor de la Facultad, le podía haber preocupado que grupos  de matones bloqueasen la entrada a su Facultad. O el Rector podía haber  protestado ante los sindicatos en cuestión, como yo le sugería. El caso  es que se consideró irrelevante (—matones, pschá); y ahí quedó la cosa, y  yo con mi enfado. Hoy por lo menos lo ventilaría en mi blog, y con eso  que me quedaría probablemente, pero al menos mi narración de los hechos  no habría sufrido la censura previa a su publicación. 
Claro  que aunque en los blogs la expresión sea más libre, no es que carezcan  por completo de mediación. Y también antes uno podía fotocopiarse  octavillas, o escribirlas a mano, y repartirlas en la vía pública para  dar a conocer sus opiniones, con lo cual se convertía en un personaje  mentalmente desharrapado y de dudosa reputación. Los blogueros que  despotricamos demasiado nos vemos relegados un tanto a ese papel, sobre  todo si nuestras quejas se vuelven personales. Una nueva tecnología no  supone de por sí una alteración súbita del sistema de jerarquización del  valor de las enunciaciones. Y  sin embargo el nuevo régimen de la escritura y de las comunicaciones  existe, y no puede sino influir en ese orden público de la comunicación.  Los blogs no van a desaparecer: en todo caso se van enriqueciendo,  volviéndose multimedia, incorporando sonido, imágenes, con sistemas de  tratamiento también cada vez más personalizados (como ha sido  personalizado el sistema de publicación). Así que me temo que la  estrategia de hacer como que no existen... tiene un recorrido limitado.  Predigo, en su lugar, que pasaremos a una mayor regulación de los  protocolos, como ha hecho la BBC (Pink Blogging Allowed). Los profesionales viviremos en China, con obligación de identificarnos in propria persona en los blogs. Y se  establecerá de modo detallado qué tipo de expresiones, contenidos,  alusiones, imágenes y temáticas son aceptables. 
Los  pies de plomo con los que la academia (y la empresa, pronto lo mismo)  han recibido las nuevas tecnologías (ni hablar, ni ver, ni oír), son ya  una anticipación de ese Nuevo Orden, que será, en muchas cosas básicas,  parecido al viejo. El Gran Hermano de Orwell no es una cosa del pasado,  de 1984. Es, como bien sabía Orwell, una cosa del presente, y del futuro  que nos espera siendo el presente el que es. 
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