Retropost (2007): Polar Express
 
 
 Es  ésta una película de animación espectacular, e ideal para ver en  familia (que es lo que hicimos con los críos). Va sobre la crisis de fe,  la primera (preparatoria) cuando los niños descubren que no existe Papá  Noel, la segunda cuando descubren que no existe el otro señor de barba  blanca. Al que nunca se menciona aquí, claro. Un niño escéptico que ya  empieza a dudar de la existencia de Papá Noel, viaja hasta el polo en el  Polar Express, quizá en  sueños, para ver su fe y su ilusión en la vida reforzada con un encuento  (soñado, real) con Papá Noel.  Como sucede con la flor de Coleridge,  descubre al despertar el regalo que le había dado Papá Noel en el sueño,  un cascabel de su trineo. Un cascabel que sólo suena para aquellos que  creen en Papá Noel. 
 
 Es excelente y virtuosista la animación,  ya dándonos la versión en animación digital de los actores reales, ya en  complicados juegos de perspectivas, de reflejos, o de sucedáneos de  videojuegos y parques de atracciones; logran hacer de cada escena un  auténtico espectáculo. Los niños la están viendo otra vez, y se meten  dentro completamente (al final, cuando aparece Papá Noel entre una  muchedumbre de elfos que impiden que el protagonista pueda verlo bien,  Oscar también movía la cabeza de lado a lado ante la pantalla, a la vez  que el niño, intentando lograr mejor visibilidad).
 
 La película  presenta la Navidad, y por extensión la religión, como una ficción  necesaria, una manera de relacionarse con el sentido de la vida y de  participar en la vida de la comunidad, cuyo sentido no hay que buscarlo  literalmente (aquí contradice hábilmente su propio mensaje), sino a un  nivel simbólico y emocional. A la vez, es todo un ejercicio descarado de  nostalgia, que busca asentar las certidumbres (políticas, religiosas,  emocionales) del adulto en las del niño que fue, y en las de una  sociedad hipotéticamente más sana, sólida e integrada (representada por  la máquina de vapor o por el Lightning del niño)—todo ello a la vez que  se muestra el ejercicio de malabarismo mental que esto supone, un poco  como levantarse a uno mismo del suelo tirando de los cordones de los  zapatos.
 
 La frase de la película, del revisor Tom Hanks: "Los  trenes son maravillosos. Es importante saber a dónde van, pero lo más  importante es decidirse a subir a ellos".
 
 El espíritu de la  navidad es el de la solidaridad entre generaciones, y el de la  conservación de la tradición que liga a la sociedad en rituales comunes  de participación y de recuerdo, rituales que tienen una relación  especial con la verdad, y con las certidumbres morales. Tienen un lugar  especial porque se basan en un nexo entre la propia infancia y la de las  generaciones siguientes. En este sentido, es ésta una excelente  película sobre la navidad, esa ficción de solidaridad universal tan  conveniente. Una película también sobre cómo en materia de religión las  cosas ni son, ni dejan de ser, en un sentido simplista; podemos a la vez  creer y descreer de Papá Noel, o de Dios, y sin embargo su potencia  como símbolo cultural se perpetúa, y la suspensión de la incredulidad o doublethink que  fomenta la sociedad ante estos mitos adquiere formas complejas—como por  ejemplo esta película, que reflexiona sobre cómo América necesita a  Dios—sin atreverse a mencionar siquiera este tema de modo explícito  hasta su última palabra, y aun allí por exclusión: el cascabel que le  regaló Papá Noel sigue sonando para el protagonista ya mayor, como lo  hace "para aquellos que realmente creen".
 
  Polar Express. Dir. Robert Zemeckis. Cast: Tom Hanks, Leslie Harter, Eddie Deezen,  Nona M. Gaye, Peter Scolari, Brendan King. USA: Warner Bros., 2004.
 
 
 
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