Noches moviditas
(Domingo 20 de agosto de 2006)
Mi sueño de esta noche era que tenía que sacar un camión de un garaje inclinado (la planta estaba inclinada, no sólo las rampas), y que se me calaba y no funcionaba el freno ni el freno de mano, y se me iba para atrás el camión, y había que ir chocando con las columnas u otros coches para pararlo, procurando a la vez no jorobar nada... uf. Pero aun con todo, nada comparado con el sueño de Oscar, que era un fantasmita (la verdad es que le echa un aire a Casper) y andaba metiéndose dentro de las cosas, escapándose de los cazafantasmas que lo perseguían con arpones y pistolones ("que podían disparar una variación de huesos, en lugar de balas, huesos afilados"); y se metía el fantasmita Oscar dentro de un ordenador, pero lo chafaban con un mazo... luego en la tele, luego en el enchufe, y los observaba ("y también podía leer la mente de todos; humm, dónde estará, ese fantasmita").
La palma se la lleva el sueño de Álvaro, que me lo acaba de contar:
Pues estaba yo en una especie de central nuclear abandonada, o similar, con chimeneas que echaban mucho humo, y había tenido lugar una catástrofe nuclear, y todo el mundo se había muerto, menos yo y seis o siete más, que andábamos juntos, y también habían sobrevivido otros pero esos se habían convertido en caníbales o en gigantes, vamos, en caníbales normales o en gigantes que además eran caníbales, y les habían salido dientes, y garras, y demás, y escapábamos en grupos, pero al final acababan todos devorados, menos yo, que por suerte descubría que podía volar, aunque por desgracia era con movimientos raros así con los brazos y las piernas [se agita convulsivamente de maneras grotescas e inconexas], además no sabía como controlarlo, volaba de mala manera, flop, flop, pero justo para escaparme del alcance de los caníbales, y de los gigantes que venían hacia mí con grandes zancadas de esas pesadas, pero yo me escapaba, hasta el bosque. Pensaba que era ridículo volar así, pero sólo lo pensaba después de haberme escapado. Lo malo era que también había muchos hombres lagarto, que a mis compañeros también les atacaban, y yo me subía volando como podía a una casa: ¡huuyy! flop, flop!! ¡aiinnggh! ¡qué ridiculez!— pero me asomaba y los veía subir por la pared, como salamanquesas, y asomaban sus lenguas bífidas... Yo me iba volando de una casa a otra, ay, ay, me sentaba a descansar en un tejado, apoyándome en una chimenea, pero venía un gigante con una cestita de picnic, más gigantes, cada uno con su cestita, pero las cestitas eran de tamaño normal, como cuando eran personas, las cogían con dos dedos, y hacían una merienda en mi tejado—extendiendo el mantelito, flaps, —ensaladita— y me veían, venían a por mí, eran de esos típicos gigantes torpes, y tenía que irme volando otra vez, pero era un vuelo que no controlaba... practicaba en el bosque, pero no era cosa solamente de aletear así de estas maneras ridículas, digo, era como ponerse a levitar cuando ponías los brazos y las piernas de según qué manera, las piernas las podía agitar como si tuviese alas, como un Microraptor. Ah, y también estaba por ahí Homer Simpson, en una casa blanca con una cruz roja, haciendo una sesión de desintoxicación, decía ... "cervezaaa...", tenía unas ojeras tremendas, estaba tumbado en un sillón con pintas de enfermo. En el bosque tampoco encontraba tranquilidad, porque allí me perseguía un faisán inteligente. Era irritante, me acusaba, "eh, tú, ¡asesino!" —porque me había comido a su hermano; yo me iba, y él detrás, venía andando y señalándome, era demasiado alto, iba tieso como una persona, y llevaba un gorrito con pluma de faisán—pero se lo comían unos perros salvajes que también acababan con la gente. Qué pena, aunque era muy irritante ese faisán inteligente. Yo me convertía en perro, y quería vivir en el bosque, estaba contento siendo perro, pero entonces me despertábais...
No sé, debe ser algo que ponen en las empanadas...
0 comentarios