Excursión por el tiempo
Hoy, aunque nos cuesta arrancarnos de la pantalla, aún nos ha dado tiempo de dar un viaje por el tiempo, o esa es la impresión que nos ha hecho. Hemos emprendido camino a San Juan de la Peña (tan cerca y tan lejos...) Tan lejos con críos, que exigen paradas técnicas de pises y mareos cada poco tiempo. La parada gastronómica, también exigida, ha sido en Ayerbe; y allí nos hemos metido a fisgar por lo que parecía talmente una judería, y allí estaba la casa donde vivió de mocete Santiago Ramón y Cajal.... vaya. Y su hermano Pedro, claro, que fue el que construyó la casa donde nosotros vivimos ahora, que aún pertenece en parte a sus descendientes. Así que nos la hemos visitado, convertida ahora en casa-recuerdo, llena de fotos y películas y objetos que te transportaban a finales del XIX. Entre los documentos de mano de Ramón y Cajal, un par de datos interesantes: que en su vejez cobraba 6000 pesetas, mientras que algunos de sus ayudantes cobraban 20.000 o 30.000, pero que renunciaba a pedir más, porque realmente no necesitaba mucho, decía. Otro: pide que lo entierren en el cementerio laico. Masón era, al parecer. ¿Judeo-masón? Posible, en familia de médicos... En fin, aprovecho para comprame un recuerdo: los tres volúmenes de Textura del Sistema Nervioso del Hombre y de los Vertebrados, por "S. Ramón Cajal", sic; esta semana precisamente hace cien años que le dieron al hombre el Premio Nobel. En la Universidad de Zaragoza no lo quisieron de catedrático... y ahora lo tienen presidiendo el Paraninfo, Lincoln-like. Vueltas que da la vida.
Seguimos camino hacia San Juan de la Peña, y pasamos al lado de los Mallos de Riglos, que dice Ivo: "Uau! Es de alto como el Empairen Stein! Pero no: parece ser que (bueno, según se mida) el Empáirenstein es más alto que los Mallos. Pero no más impresionante.
Adentrándonos en el "Reino de los Mallos" pasamos por el Pantano de la Peña, por Triste (volveremos por Bailo), y damos vueltas y revueltas sin fin hasta llegar por fin, cuando ya se iban los últimos visitantes, a San Juan de la Peña. Donde dicen que, dicen que, hace mil años se guardaba el Grial. Lo que sí parece es que el lugar ha debido ser sagrado desde tiempo inmemorial. Sin turistas, y anocheciendo, todas estas montañas vacías, de camino a Santa Cruz de la Serós, parecían una fortaleza natural donde los monjes se hubiesen atrincherado durante siglos en un lugar que nadie les fuese a disputar.
La vuelta, a oscuras, se nos ha hecho un poco larga, y es que los pequeñajos se resienten de las excursiones domingueras. El susto ha sido cuando nos hemos encontrado con una pareja de jabalíes en la carretera. Jabalíes, o jabalís, o aun jabalines, que les dicen en mi pueblo. La jabalina (creo) aparta al jabato que la seguía, sacándolo de la carretera con un golpe de hocico decidido. Nos hemos librado, o se han librado, por poco. También un lironcillo que ha pasado corriendo y le ha recordado a Pibo el cuento de un lirón que se está leyendo, Gringolo.
Sin más incidentes ni amagos de colisión hemos llegado a la autovía. Y cuando hemos estado otra vez entre las luces de neón y la publicidad en Zaragoza, parecía talmente que terminábamos de hacer un viaje a través del tiempo, y de bastantes siglos por cierto. Hasta un poco shockeados estaban los enanos creo... cuando he propuesto otra excursión a ver los mallos de Agüero, se han desapuntado, con grandes aspavientos.
(PS: cuando les pregunto qué les ha gustado más de la excursión, contestan los tres: "¡Los macarrones!").
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