Función fática, interacción virtual y cohesión social
Me acabo de leer un artículo interesante de R. I. M. Dunbar, "Coevolution of neocortical size, group size and language in humans" (versión preliminar de la aparecida en Behavioral and Brain Sciences16.4 (1993): 681-735). Sobre la evolución humana, el crecimiento de las agrupaciones sociales y el desarrollo del lenguaje para facilitar la interacción en grandes grupos. Con un interés especial en determinar el nivel máximo posible de interacción mantenible—Dunbar viene a situar en 150 el número de personas con quienes podemos mantener una relación social. Nos viene a decir que hay una relación directa entre el volumen cerebral de los primates, el tamaño social de los grupos, y las relaciones estables entre sus miembros: "The essence of my argument has been that there is a cognitive limit to the number of individuals with whom any one person can maintain stable relationships, that this limit is a direct function of relative neocortex size, and that this in turn limits group size."
Me ha venido a la cabeza con este asunto el crecimiento de las relaciones personales en comunidades virtuales, y un fragmento del cuento de E. M. Forster "The Machine Stops" donde quizá se menciona este tema por primera vez. Allí, la protagonista Vashti, a modo de Sandra Bullock en La Red, sólo que noventa años antes, huye del trato social directo—quizá sea en este relato donde aparece por primera vez la noción de "el terror a la experiencia directa". Vashti conoce en cambio a miles de personas con quienes se trata sólo a través de las funciones comunicativas de la Máquina: redes sociales temáticas y videochat, que diríamos ahora. "En ciertas direcciones", nos dice el narrador de esta sociedad enclaustrada del futuro, "el trato social se había desarrollado muchísimo". La red social de Vashti parece desafiar los tamaños de la de Dunbar—como esa gente que tiene en Flickr o en su blogroll cientos y cientos de favoritos, y te llevas una desilusión al ver que eres sólo uno más del montón. Cierto es que los blogrolls de la mayoría de los sitios son bastante más pequeños que 150 personas.
Pues el artículo de Dunbar entra en unos cálculos bastante arbitrarios (si bien en apariencia matemáticamente impecables) sobre las cifras de la interacción humana, comparando el volumen craneano de distintos simios y sus grupos sociales, y a continuación los humanos. Interesante, pero, como digo, arbitrario en última instancia. Primero, porque establece los parámetros de un modo cuadriculado de entrada por su método—sin caer en la cuenta, al parecer, de que los fenómenos emergentes en la cultura humana vuelven absurda esa contabilidad en relación al grupo de primates.
Y absurdo, en segundo lugar, porque sí considera de modo un tanto contradictorio el papel del lenguaje como potenciador de la interacción social—vamos, que la segunda mitad de su artículo parece dar al traste con la primera mitad. Y aun con todo se queda escasa su noción de lo que es la interacción social y comunicativa en los grupos humanos. Los simios se relacionan en grupos pequeños que permiten el trato directo entre sus miembros mediante rituales de solidaridad como el acicalmiento mutuo y espulgamiento. El lenguaje vendría a ser para Dunbar nuestra manera humana de engrasar la mecánica del grupo, acicalándonos y espulgándonos mutuamente. Los humanos tienen en el lenguaje un instrumento que permite mantener la cohesión social de modo eficaz y económico: combinándola con otras actividades simultáneas, y a la vez permitiendo la interacción múltiple, haciendo que un individuo pueda interactuar con varios a la vez. El lenguaje, es, pues, un acicalador social económico:
El lenguaje tiene, como decía Jakobson, muchas funciones, y la transmisión de información (función referencial) es sólo una de ellas. Aparte están funciones expresivas, donde el propio discurso se vuelve una forma de actuación simbólica; o poéticas, metalingüísticas, conativas... La función a la que se refiere Dunbar parecería estar relacionada con la función fática de Jakobson: el uso del lenguaje es una forma de comunicación social que es a la vez autosustentativa: no sólo cohesiona mediante la vehiculación instrumental de las otras funciones, sino que el propio uso del lenguaje es de por sí cohesionante, es una señal de que la comunicación social está funcionando—por precario que sea ese funcionamiento, como cuando dos personas se hablan en idiomas distintos, o cuando (como sucede en las obras de Beckett) el sentido del discurso apunta a la negación de toda cohesión social y relación comunicativa. El lenguaje funciona casi en estado puro en este sentido cuando hablamos por no callar (como aquí), o cuando hablamos del tiempo con un desconocido:
La mayoría de las conversaciones (nos dice Dunbar) nos las podríamos ahorrar si nos atenemos a su utilidad informativa, y la mayoría de los posts: pero persiste su valor fático.
Dunbar subestima la capacidad del lenguaje para cohesionar a múltiples interactuantes; vuelve a sacar la calculadora estadística y nos informa de que la situación media o ideal para la conversación es la de un hablante dirigiéndose a 2,8 oyentes. "In other words, human conversation group sizes should be limited to about 3.8 in size (one speaker plus 2.8 listeners)." (Aquí me felicito de que tengo más de 2,8 lectores de media en este blog). Matiza que "there is no obligation on particular human societies to live in groups of the predicted size: the suggestion here is simply that there is an upper limit on the size of groups that can be maintained by direct personal contact. This limit reflects demands made on the ancestral human populations at some point in their past history." Y claro, habla de relaciones "estables"— un concepto que se presta evidentemente mucho a tener un límite borroso.
El tema es que la complejidad de las relaciones humanas, por los fenómenos sociales y comunicativos emergentes que en ellas se dan, reduce al absurdo toda comparación con otras sociedades de primates. Así parece intuirlo Dunbar cuando nos recuerda que los grupos humanos pueden llegar hasta el tamaño de naciones (o de "todo el planeta" si incluimos a organismos como la ONU)—y de que los procedimientos de interacción están socialmente regulados por convenciones múltiples y complejas. Así pues, clasificamos a la gente en grupos, y ajustamos nuestro trato social en función de las convenciones que rigen la interacción entre grupos.
En cierto sentido la interacción social ya viene preorganizada por la estructuración misma de la sociedad: no hablamos aquí sólo del trato directo de primates espulgándose (cosa que sigue existiendo a nivel humano) o de saber quién es el líder y quién es tu familia directa o tu compañero sexual habitual—sino de transformaciones simbólicas de estas estructuras sociales, mediadas por el lenguaje y la tradición histórica que se hace posible mediante la comunicación lingüística. Con el lenguaje no sólo emerge el lenguaje, sino también el tiempo, las instituciones, la complejidad de las relaciones. Y con la división del trabajo que esto hace posible, aparecen personas especializadas en mantener y diversificar la interacción social: educadores, comunicadores, escritores, críticos, intelectuales, ciberteorizadores, ingenieros de telecomunicaciones...
Quizá esto sea llevar el argumento de Dunbar más allá de donde pretendía él:
Pero, claro, no se puede dejar el razonamiento allí sin dar cuenta de en qué consiste exactamente ese aumento de la capacidad interactiva a través del lenguaje, y cómo eso modifica sustancialemnte la idea de cómo y con quién interactuamos. ¿He interactuado yo con Platón, por ejemplo? Pues claro, que para eso me he leído sus diálogos. Y con sus traductores. E intérpretes. Y con otra gente (cientos de personas, seguramente) con quien he hablado de Platón, o que han leído algo que yo he escrito sobre Platón. La interacción textual por escrito añade otra vuelta de tuerca a la interacción social—hace todavía más compleja la experiencia del tiempo, de la historia y de la tradición, posibilita el desarrollo de nuevas instituciones, y hace perder sentido a la pregunta de con quién tratamos directamente en nuestras relaciones sociales.
Y algo parecido sucede, a pequeña escala, con cada nueva tecnología comunicativa que se desarrolla. Pues el lenguaje no es sino la primera y más importante de esas tecnologías, y la escritura la segunda. Siguen la reproducción automática de textos e imágenes (o imprenta), la fotografía, el cine, la transmisión de imágenes, la reproducción de sonido, la reencarnación e interacción de todos estos medios en el melting pot digital—etc.
Por supuesto, seguimos engrasando las relaciones personales espulgándonos en la intimidad—es la falta de contacto social físico y primario lo que criticaba Forster en su protagonista Vashti, en "The Machine Stops". O cotilleando en pequeños grupos, o estableciendo un blogroll. Pero estas microrrelaciones no nos deberían hacer perder de vista la complejidad comunicativa en la que estamos inmersos, y la cantidad de gente con la que estamos interactuando sin darnos cuenta, así como de oficio, y más desde que se inventó la Máquina.
3 comentarios
Literaturame.net -
JoseAngel -
jio -
me ha encantado.
me ha recordado en parte lo que citaba unamuno en "como escribir una novela". donde también decía que para él don quijote era un personaje tan real como cervantes. estoy tratando de aplicar alguna cosita de este artículo que mencionas en web, pero...
saludotes. :)