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Vanity Fea

Todos somos hermanos

Esta idea tan cristiana puede ser además evolucionariamente beneficiosa. O, por decirlo de otra manera, la doctrina cristiana de la hermandad universal y su defensa de la solidaridad con todo otro ser humano es una manifestación en estado bastante puro, y quizá extremo, de una tendencia universal en el comportamiento de los grupos humanos. Una tendencia que ha contribuido precisamente a humanizarlos mediante la cooperación más allá de los límites familiares. Ya resaltaba Kropotkin la importancia evolutiva de la cooperación y la solidaridad en los grupos humanos. En este artículo de Edmund Blair Bolles  se reseñan trabajos que comparan las costumbres de colaboración en la crianza de cachorros e infantes, y de adopción de huérfanos entre otros mamíferos y los humanos. La estrategia de la adopción funciona mejor a la larga para la supervivencia del grupo: a lo largo de la historia humana, cada vez es mayor la proporción de bebés que alcanzan la edad adulta. Contra la teoría del gen egoísta, tan influyente hoy, los humanos tendemos a desarrollar relaciones de afecto y colaboración con individuos no relacionados genéticamente con nosotros, y a ignorar en ese sentido la supervivencia estricta de nuestros genes. Quizá de allí tantos solteros sin hijos, dedicados a funciones puramente sociales y no reproductivas, y de allí la equiparación legal y sexual entre hijos adoptivos y genéticos en los grupos humanos— realidades del comportamiento humano que parecen contradecir la lucha por la supervivencia del gen. Podría decirse que los humanos estamos más interesados en la pervivencia de nuestros memes o genes culturales que de nuestros genes fisiológicos. Pero en realidad tanto genes como memes han de definirse no como propiedad de un individuo, sino de una colectividad. Nuestros genes no son tan nuestros, claro, son variaciones sobre un fondo común. Es el gran tamaño de los grupos humanos cuyos intereses se defienden—en última instancia, toda la humanidad—lo que hace que a veces nos identifiquemos con los genes del vecino tanto como con los propios. Todo sigue siendo en última instancia cuestión de interacción genética, aunque sea a gran escala. Al menos así será hasta que encontremos otra especie diferente con quien intercambiar ideas—Para entonces seguro que también se crean híbridos más complicados, mentales o físicos. Y volvemos entonces a revisar la teoría del gen egoísta.

Función fática, interacción virtual y cohesión social

 

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