En la raja
Ésta es una película de Jane Campion a la que no le tradujeron el título en España, y la dejaron con el original In the Cut: quizá les sonaba demasiado bruto eso de la raja, pero bueno, es uno de los temas principales de la película, la raja del coño, por así decirlo, y la raja que le hacen a alguien cuando le cortan con una cuchilla—si se recupera, deja cicatrices. De la feminidad como cicatriz, podríamos decir que va la película. In the Cut también se ha traducido por en carne viva, y coloquialmente el primer sentido se aplica la expresión a un lugar apartado o fuera de la circulación. Aquí todos los sentidos son relevantes.
No destaca nada en esta película... digo por lo bien armonizado del conjunto, que compensa lo que parecerían defectillos de argumento o de actitudes de los personajes, u obsesiones de éstos o de las guionistas... Se ve con el corazón en un puño, y si algo puede destacarse por no contribuir sino virtudes al conjunto, es una fotografía muy interesante, atípica y con colores que son un estado de ánimo. Como en Portrait of a Lady, aunque lo que allí era refinamiento victoriano-italiano es aquí barrio más bien bajo de Nueva York.
Es que Frannie (Meg Ryan) es profesora de literatura inglesa, pero gravita hacia ambientes lumpeños por una serie de razones. Algunas tienen que ver con cicatrices psicológicas de esas. Es hija de mujer abandonada por su marido; su hermanastra Pauline, con la que se lleva bien, está más traumada o tiene una relación más abyecta con el sexo y vive en un burdel, otra razón para que la protagonista visite el lumpen. Aparte, Frannie está haciendo un diccionario de argot sexual, y para eso se reúne fuera de horas de clase con el chico malo de su grupo, un negro callejero medianamente bruto que aparte de enseñarle que virginia quiere decir vagina, tiene esperanzas de aprobar y pasarse a la profe por la piedra—o más bien de aprobar por el método jungle fever. Y no anda tan desencaminado el chaval, porque a la añosa moza le tira lo étnico, y el olor a pantera, y un pelín o más de riesgo para su integridad física le mete más marcha que miedo, al parecer. Lleva encima, o debajo, o dentro, una insatisfacción o represión sexual de tamaño natural encima, tan turgente como el faro que dibuja en la pizarra para ilustrar la novela de Virgina Woolf To the Lighthouse (Al Falo).
Si su hermana es una salida sexual cuasininfómana (a la que Frannie no pretende cambiar), Frannie misma no usa sexo más que masturbatorio al parecer, y aun así le dan calambres y tirones. Cierto es que para los pretendientes que tiene, mejor usar de la castidad más estricta... la ronda un exnovio pirado y obsesivo con el que debió darse en tiempos alguna tristeza, por no decir alguna alegría que sería inexacto. Con un perro pelado que es un poema. Vamos, que está Frannie a dieta de hombres, pero se le va cayendo la baba indirectamente cuando los pilla de reojo en el retrete, a la vez que se hace la distante y desinteresada/inexpresiva. Eso le pasa cuando contempla una phallatio en un baño del bar donde hablaba con su negro—por error, pero se queda mirando indiscretamente. Es curioso que aprecia o apreciamos todos los detalles de la maniobra chupatoria, y una pequeña marca o identificador aristotélico (ver Poética 16: "señales en el cuerpo como cicatrices", etc. )—aquí un tatuaje que lleva el Felado no allí sino en la muñeca—pero Frannie no aprecia la cara del sujeto, vaya. Casi hasta el final, Frannie cree que el agente Malloy (Mark Ruffalo) es el dueño de esa marquita en la muñeca, cosa que contribuye no poco a interesarla por él, a ella y a sus fantasías. Al final resultará que no, que era una falacia—que el tatuado felado no era el agente en cuestión, sino otro agente—su colega (Nick Damici), un poli que en sus horas libres ejerce de asesino en serie.
Porque la película va de serial killers, y es sobre este argumento de detección sobre lo que se edifica la trama interna de la película, la trama de la seducción de Frannie-Meg Ryan por Ruffalo-Malloy, o más bien la superación de la desconfianza o temor que él le inspira, temor al compromiso, al amor, y a ser acuchillada y "desarticulada"—y encontrar su propia cabeza en el jardín de casa, como encuentran al principio de la película la de una desdichada víctima... Víctima que era la feladora del retrete. Y poco después cae otra víctima, y poco después la propia hermana de Frannie es desarticulada (como si fuese un comando etarra) y decapitada en el lavabo, con abundante profesionalidad y salpicaduras. Frannie la encuentra, y a ella la encuentra el agente Malloy, siguiendo la pista, abrazada a la cabeza de su hermana... y continúa la investigación, y la seducción. El poli Malloy, sospechoso e inquietante durante toda la película, lejos de ser el malo, resulta al fin ser oro de ley, el muchacho. Lo único que no queda muy claro es por qué no sospecha nunca de su amigo Damici—mucho male bonding parece haber aquí.
Y es que el argumento del serial killer como digo es sencillito de resolver, un arquetipo sin más originalidad—sólo que la chica, cuando es secuestrada por el poli malo, no es rescatada por el poli bueno, sino que se libra por sus propios medios. Al bueno—y quizá pronto desposado— lo había dejado ella esposado al radiador, creyendo que había cogido al desarticulador. Allí se hace Malloy pis encima, o quizá revienta la cañería... el caso es que hay mucha humedad cuando ella vuelve a casa, y en lugar de desesposarlo, se acurruca a su lado inter faeces et urinam, pero a salvo refugiada... Es un happy end—al parecer más prometedor que el de la novela, aunque la chica aún no ha dado el sí a la petición de mano de Malloy (que por otra parte también está casado y separado... o eso dice).
Y es que es este tema de las seducciones y las peticiones de mano y demás el más traumante de la película, sobre todo en combinación armónica con las felaciones y desarticulaciones y decapitaciones y rajamientos sanguinolentos. Las dos hermanas llevan muy mal (heredan, parece) los traumas de sus madres, mujeres marcadas, abandonadas por un seductor polígamo (—hombres... ay). Una, Pauline, es puta sentimental, que bebe los vientos por uno de sus clientes; la otra, Frannie, tiene una relación distante y traumada con el sexo y los hombres, tiene cierto masoquismo interiorizado, y parece haber cerrado el garito... hasta que viene Malloy a rescatarla. Este poli es un insolente, en sus primeros diez minutos de cita le promete a la chica lamerle sus partes, y luego va y lo hace, para gran satisfacción de Fanny, digo de Frannie. El hombre es un artista del cunilingus, y ello da lugar a unas escenas que la gente no se esperaba de Meg Ryan—es que aquí Meg Ryan no es Meg Ryan, porque lejos de ser vivaracha y dicharachera, Frannie es introspectiva, inexpresiva y reprimida. Hasta que la exprime Ruffalo, claro.
En fin, que es la historia de la superación de un bloqueo erótico o sentimental, o de la reconciliación con la brutalidad del sexo en pareja, por vía de un artista del clítoris—bien visto por tanto por las feministas guionistas, aunque el hombre sea un poco bruto en otros sentidos. También este Malloy tenía una especie de trauma o fijación con el sexo oral, una historia de su iniciación que nos cuenta. De todos modos no son las penetraciones y felaciones lo traumante para la mujer aquí: son símbolos más bien de una vulnerabilidad erótico-afectiva que como digo está figurada en la trama por toda una gradación: desde la muerte a manos de un psicópata, la decapitación, sangre y más sangre, sexo sucio, felaciones, prostitución, masculinidad insolente, sumisión sexual de la mujer... hasta llegar a los engaños y promesas incumplidas, la estafa sentimental como culminación del erotismo masculino. Hay que destacar que la firma del asesino en serie era un anillo de prometida que les hacía ponerse a las víctimas antes de rajarlas—y se lo entregaba ensartado en el cuchillo: vamos, toda una figuración de la feminidad ingenua humillada y seccionada por el falo cortante del macho. En el faro patriarcal en persona, para más inri... así que matando al killer, se libra Frannie de todos sus complejos y problemas a la vez, o por lo menos logra salir adelante.
También hay otros dos motivos recurrentes que se asocian a estas figuraciones cuasihistéricas: uno, las imágenes en sepia de patinadores cortejando... el padre de Frannie había abandonado a su novia mientras patinaban, o más bien al revés, porque él miraba a una desconocida, y con el anillo que le tira su novia va y se promete allí mismo con la madre de Frannie... pero la abandonará, claro: aquí aparecen las cuchillas del patinaje sobre hielo abriendo rajas sangrantes en la blancura, o cortando las piernas de la chica en una pesadilla. Otro motivo asociado a promesas, promesas, es la pulsera de cortejo que le da a Frannie su hermana Pauline la puta (Jennifer Jason Leigh). Soñaba ésta con casarse, aunque mucho camino no lleva con esta profesión, y también con casar a su hermana, o al menos hacerla salir con hombres. La pulserita en cuestión que le regala lleva colgantes para cada fase del cortejo: la petición de mano, el anillo, la casa para vivir juntos, y un cochecito con bebé dentro. Este bebé lo roba Ruffalo, al parecer, y eso lleva a Frannie al error de creer que él es el matador... pero parece sugerirse al final una vida juntos y hasta una promesa de bebé. Termina la película como comenzó, con un incierto y ligeramente eerie Qué será, será en la banda sonora.
O sea que este es un feminismo del que se propone reconciliarse con la carga de la vulnerabilidad femenina, y asumir la heterosexualidad como una especie de cicatriz curada... o semiabierta, porque hay que ver cuánta consciencia de las cicatrices, y de las heridas. La segunda vez que se ve la película ya parece más sencilla y directa: la primera vez desconcierta, desazona, inquieta; y a pesar del final feliz, casi desanima y desespera el retrato de las relaciones sexuales entre mujeres y hombres, un asunto ambiguo y turbador que ha de producir mucho post coitum... sobre todo porque tipos auténticos y artistas del sexoral como este Malloy, pocos parece que haya, al menos en el mundo de la película.
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