El mapa y el territorio
lunes 17 de enero de 2011
El mapa y el territorio
Me he leído con mucho interés la última novela de Michel Houellebecq, Premio Goncourt 2010, La carte et le territoire. Me dijo mi amiga Tere que había una polémica a cuenta de que había copiado a la Wikipedia, y en efecto, la había—en la Wikipedia mismo puede encontrarse el debate, en el artículo dedicado a Michel Houellebecq, el cual no ha copiado el autor, a pesar de su notable interés por sí mismo. Realmente merece un artículo en Vanity Fea, el tema éste del uso de sí mismo que hace Houellebecq. En líneas generales supongo que se le puede ubicar en la línea de este razonamiento que hacía yo a cuenta de David Lodge y Quin Dai, hace poco. En una sociedad mediática en la que la literatura es espectáculo, los best-sellers son espectáculo, y los autores son parte del espectáculo, era de esperar que surjan usos experimentales de la figura del autor, o curiosidades si se quiere, como el caso de Houellebecq, que es uno de los principales personajes de esta novela, ficcionalizado en parte, no puede ser de otra manera porque está ambientada en el futuro, dentro de unos años. Si Houellebecq copia a la Wikipedia, ha dicho, es en parte buscando un estilo neutro y objetivo—quizá también como parodia anticipada del tipo de literatura que puede tener éxito hoy en día. A Jonathan Littell lo llamaban novelista de wikipedia (por su documentación): bien se ve que merece mucho más el calificativo Houellebecq, que a ratos también aspira al estilo de la Wikipedia (a veces hay trozos mal pegados incluso, pero no les criticaré yo el gusto a los jueces del Premio Goncourt).
En suma, la novela va (al menos en parte) sobre la carrera artística de Jed Martin, primero fotógrafo, luego pintor y luego cineasta experimental por llamarlo algo. El título se refiere en parte a los mapas Michelin que fotografiaba Jed, en una fase que le lanzó como artista, después de unos estudios de arte un poco pasmados. De hecho Jed está algo pasmado toda la vida, mira la vida pasar, como si no tuviese mucho que ver con él. En realidad es un artista muy dedicado, aunque a un nivel se tome su arte tan poco en serio como su vida—como Houellebecq copiando cachos de Wikipedia y haciéndolos pasar por arte. A Jed le acaban lloviendo los millones cuando su obra (por efectos del capitalismo) alcanza cotizaciones extravagantes y ridículas, es un pintor bueno, lo sabe él mismo, pero en cuanto a la lluvia de millones, dice, "Il ne faut pas chercher de sens à ce qui n’en a aucun" (395). Y so it goes, en efecto. El dinero no hace más feliz a Jed, ni más desgraciado. Se aísla y vive el resto de su vida solo, dedicado a hacer unas películas experimentales sobre la vegetación invadiendo las obras humanas, una especie de pronunciamiento cósmico sobre la falta de sentido no sólo de su existencia, sino de la existencia humana en general—lo superfluo de las aspiraciones humanas vistas desde fuera, un punto de vista que Jed (y su sosias Houellebecq) logran atisbar. Por cierto que la narración simpatiza abiertamente, en la medida en que la simpatía es una emoción de su registro, con este personaje totalmente carente de calor humano, de empatía y de interés por sus semejantes. Suponiendo que los haya. Pero tampoco es tan raro, Jed—le llega una carretada más de millones mientras veía La Bande à Picsou en Disney Channel, a falta de cosas más interesantes que hacer con su vida. Conoce a una mujer hermosísima, inteligente, que lo aprecia—Olga, que trabajaba para Michelin—pero la deja irse de su vida sin mover un dedo. Cuando tiene oportunidad de volver con ella años después, una vez medida la profundidad del vacío que ha dejado, vuelve a rechazarla, y elige el absurdo de su existencia solitaria—más fiel quizá a la última realidad humana, no sé, pero en todo caso más fiel a su vocación de solitario. Con Olga había explorado el territorio, además del mapa. Francia, la Francia rural en la que acabará viviendo—por cierto, parece ser que Houellebecq había ido a parar al cabo de Gata, como José Angel Valente, no sé si aún seguirá por allí. En Jed vemos una versión parcial del propio autor, sin duda. Otra la vemos en el propio personaje de Houellebecq, con quien siente Jed una afinidad temperamental, y que será el tema de su último cuadro, de precio disparatado. Se lo va a entregar a Houellebecq—y la siguiente vez que volverá a su casa será para decirle a la policía que el cuadro falta. Un detalle que permitirá resolver el crimen que investigaba la policía.
Bien, porque otro episodio central de la novela es el asesinato espectacular de Houellebecq, a quien encuentran en su casa hecho jirones de carne, distribuidos por todo el salón imitando un poco una pintura de Pollock. Su cabeza, y la de su perro, las han dejado contemplando la escena. La policía pensaba en un asesinato ritual, maníaco—y no sé por qué revisan sus ideas cuando descubren que lo ha matado un coleccionista, por el cuadro al parecer. Cada cual que piense lo que quiera—el asesino sí era un maníaco, un fabricante de monstruos aunque a su manera es otro eco más del propio autor, con su mundillo inhumano separado de la humanidad. Insisto en que estos Houellebecq y Jed son sólo avatares o humores del autor, aunque con el primero coincidan ciertos hechos autobiográficos (como su estancia en Irlanda, o su depresión). Espero, y supongo, vamos—el mapa nunca coincide con el territorio, aunque esta novela juegue con la idea—por muy hiperrealista que sea la pintura del mapa. Y desde luego Houellebecq tiene aparte de mucha indiferencia a muchos intereses humanos, un gran sentido del humor y una ironía olímpica sobre sí mismo, o sobre la persona en la que podría convertirse en una vida posible. Se presenta a sí mismo, en las visitas de Jed y en la investigación policial, como un personaje asocial, aislado del mundo y de la amistad, borracho, desorganizado en su vida personal—probablemente ve mucho La bande à Picsou en Disney Channel entre cheque y cheque de sus editores. Aunque su vida social es mucho más intensa, como se ve por el frenesí de nombres de personajes reales, mediáticos, periodísticos etc. de Francia que aparecen por la novela. El name-dropping del que habla la Wikipedia: por una parte es una estrategia transparente para lanzar la novela, para que hablen de ella los famosos que en ella aparecen (Beigbeder, Sollers, etc.) y todos los que les siguen la pista—parte del márketing mediático bien estudiado que decíamos. Por otra, es obvio que es una estrategia interesante, y que en cierto modo Houellebecq está cogiendo por los cuernos el toro de la realidad con la que tiene que lidiar, en su labor de artista. El arte aparece aquí como algo divorciado de la inteligencia—digamos que sigue su propio instinto, su visión u obligación inexplicable, y son los críticos (en el caso de Jed, el propio Houellebecq y otros) quienes aportan una justificación intelectual para las labores del artista. El mismo artista está viendo las aventuras del tío Gilito; y por supuesto es el mercado quien decide la cotización, un absurdo del cual no hablaremos más, como Wittgenstein (395).
"Nous aussi, nous sommes des produits", le dice Houellebecq a Jed, viendo su coche, "des produits culturels. Nous aussi, nous serons frappés d’obsolescence. Le fonctionnement du dispositif est identique—à ceci près qu’il n’y a pas, en général, d’amélioration technique ou fonctionnelle évidente ; seul demeure l’exigence de nouveauté à l’état pur" (172)
—Y a eso aspira la novela, a estar atenta a su tiempo, y al futuro inmediato que la va a desplazar y a revelar su irrelevancia.
Otros hilos tiene la novela, que como digo es un retrato rico, sarcástico, de la soledad occidental hipermediatizada e hiperrepresentada. Por ejemplo la relación de Jed con su padre. Es también tema de un cuadro suyo (de la serie de cuadros hiperrealistas sobre profesionales que lo hace multimillonario). Lo ve una vez al año, un ritual absurdo de comida navideña, y poco más. El propio Houellebecq tampoco tuvo buena familia, y podría decirse que se ve. El padre de Jed va a morir, no tiene apego a la vida, le parece una triste broma que le hayan tenido que poner un ano artificial, y se va a Suiza a una floreciente empresa dedicada a la eutanasia—mucho más floreciente que el burdel de la puerta de al lado, al parecer atiende esta empresa a cien clientes diarios. Jed va a preguntar por su padre, que fue "atendido debidamente"—y acaba dándole una paliza a la gerente. Pero sin gran pasión tampoco, sólo quizá por justicia estética o sentido del deber. Las despedidas de los padres suelen ser malas e insuficientes; ésta capta lo malo de modo muy logrado.
Bueno, quizá me despida yo con una descripción de Houellebecq visto por Jed visto por Houellebecq. Tenía el autor unos cincuenta años aquí, es varios años antes de su muerte que tendrá lugar en el futuro inmediato, hacia 2015, y esperemos que no esté calculada. Jed llama a la puerta de Houellebecq, en Irlanda:
¡La figure de l’auteur, indeed! Como decía, no le falta humor ni autoironía, dentro de la desolación. Cierto que es un experimento literario logrado, La carte et le territoire, aunque adolezca de obsolescencia prevista, si no planificada. Take it sudden as it flies / Though you take it not to hold...
0 comentarios