Aparajito
martes 1 de noviembre de 2011
Aparajito
Viendo Aparajito, de Satyajit Ray, director bengalí y gran clásico del cine. Es ésta la segunda parte de la trilogía de Apu, que como otras obras clave del siglo XX cuenta el paso de la cultura rural tradicional a la modernidad de la ciudad. El éxodo rural, y la modernización, se ven en la figura de Apu, niño que crece en una familia brahmán tradicional, ahora empobrecida y forzada a emigrar a la ciudad desde su aldea perdida en el tiempo. El tren es el símbolo e instrumento de la modernidad, lo que se lleva a la India antigua y la va acumulando en las calles de la gran ciudad. En esta segunda parte muere el padre de Apu, en la ciudad sagrada de Benarés, tras el primer éxodo, narrado en Pather Panchali—ahora se ganaba allí la vida como sacerdote. Vuelve a comenzar por así decirlo la historia narrada en la primera película, y avanza un poco más, cuando Apu vuelve con su madre Sarbajaya a un pueblo, tampoco lejos del tren, y empieza allí a asistir a la escuela. Destacará como estudiante, y los libros, por pocos y precarios que sean, le abrirán un mundo que era desconocido para sus compañeros, y que lo llevará lejos del pueblo. Gana una beca, y va a estudiar, y visita poco a su madre—nos preguntamos si el título, Aparajito, "los invictos", se refiere a la tenacidad de Apu o también al carácter sacrificado de su madre, pendiente del hijo, que la va dejando atrás como hacen los hijos. El director lo muestra críticamente, frío y desapegado a veces, pero también comprendiéndolo en su situación y en su dedicación a su carrera. La protagonista emocional de la película es, por supuesto, Sarbajaya, la madre (Karuna Banerjee), conmovedora hasta decir basta, un arquetipo de abnegación, ahorrando para el hijo, a la vez ayudándole a volar e intentando retenerlo un poquito más en casa. Su viejo tío quería que Apu siguiese la tradición familiar y se hiciera sacerdote, pero ir a la ciudad significa también desapegarse de las viejas tradiciones. Ni siquiera hace unas ceremonias fúnebres decentes al modo tradicional por su madre, este Apu—tiene prisa, tiene exámenes, tiene impaciencia, dice que ya se encargará de eso en la ciudad. Lo vemos alejarse, al final, hacia el futuro, mientras su viejo tío lo mira desde el interior del patio de la casa desvencijada. A la que seguramente no volverá Apu a verlo vivo, se va sin mirar atrás. Qué película tan memorable, cómo cuenta lo que tiene que contar sin una coma de más, qué moderna, o qué eterna, en 1956, cuando estas historias pasaban y seguirían pasando, aquí narradas por anticipado. El éxodo del pasado al futuro, del campo a la ciudad, de la tradición a la modernidad, del apego al desapego— la historia del mundo solapada con la historia de nuestra propia vida, es la historia de muchos, en primera persona, no hace falta que la veamos en cine, pero ayuda a entenderla, o a entendernos, o a vernos desde fuera.
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