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Dialéctica de hominización y humanización

lunes, 30 de julio de 2012

Dialéctica de hominización y humanización

El contraste entre hominización y humanización es uno de los puntos principales del libro de Carlos Beorlegui, La singularidad de la especie humana: De la hominización a la humanización (2011). Expone estos conceptos al principio del capítulo 4, "Las transformaciones genéticas y morfológicas y la cuestión del sentido (azar o finalidad) de la evolución". Lo de la "finalidad" de la evolución no tendría sentido dentro de un planteamiento darwinista, pero sí tiene un sentido podríamos decir "local", tal como enfoca la cuestión Beorlegui, y sin contradecir al darwinismo:

"Aceptado como paradigma científicamente probado la teoría de la evolución, explicada desde la selección natural darwiniana, parecería que el ser humano, al igual que el resto de las especies vivas tendría que ser fruto de las mutaciones azarosas y la lógica de la selección natural, sin que el propio ser humano actúe en ningún momento como sujeto de su propia configuración. Pero vamos a ver que esto no fue así. El ser humano ha sido en parte sujeto y objeto de su propio desarrollo y constitución. Se han imbricado en esa larga tarea dos procesos complementarios: el de hominización y el de humanización. Entendemos por proceso de hominización  al conjunto de transformaciones que los seres humanos han ido experimentando desde que se dio la primera mutación genética que inició la separación de la última especie pre-humana, hasta el último paso que ha terminado por conformarnos morfológicamente tal y como somos en la actualidad los seres humanos. En cambio, podríamos denominar proceso de humanización al conjunto de transformaciones comportamentales, conductuales y culturales que nos han configurado como animales racionales y culturales, única especie en su género. En la medida en que la especie humana (o las diferentes subespecies del linaje humano) se halla dotada de consciencia, racionalidad y libertad, esto es, que no está fijada su estructura comportamental por su herencia genética, no tiene más remedio que hacerse a sí mismo, en diálogo con el entorno ecológico como también con el resto de compañeros de especie. Y esa tarea comenzó ya desde el primer instante de su existencia como género humano.
     Ahora bien, las ciencias que nos acercan a nuestros orígenes, nos han enseñado a darnos cuenta de que estos dos procesos, de hominización y de humanización, no se suceden separadamente el uno al otro, de modo que el segundo empieza sólo cuando el primero ha terminado su tarea, sino que se imbrican recursivamente, se implican mutuamente, de modo que un avance en uno de ellos produce como consecuencia avances en el otro. Y ese proceso de progresiva influencia imbricatoria es el que nos ha ido constituyendo como humanos, como vamos a ir viendo" (198).
 


Si digo que el darwinismo no se contradice con la perspectiva cultural y autoconstitutiva es porque sencillamente no la contempla, cae fuera de sus planteamientos y objetivos, que son más limitados. El darwinismo es un instrumento demasiado generalista para tratar con mucho sentido del detalle de la evolución humana: sólo la contempla panorámicamente. En la medida en que supongan una estrategia biológica exitosa, adaptada al nicho ecológico cultivado por los humanos, las culturas humanas se verán como adaptativas y la especie como favorecida por la selección natural. En la medida en que el ser humano agote sus recursos naturales y entre ecológicamente en un callejón sin salida, se verá como una especie poco competitiva a la larga (por el momento su éxito es obvio pero a la vez dudosamente sostenible). A la larga se verá si la dirección tomada deliberadamente por la especie, la humanización, es sostenible o no—si el ser humano es viable en la naturaleza como algo más que un experimento interesante de autoconstrucción, llamativo y breve. Y extremadamente interesante... para los humanos.

La noción del "hacerse a sí mismo" que implica el concepto de humanización es muy cara a la mentalidad moderna y especialmente anglosajona: self-making, self-fashioning, self-made man. Rehacerse. Etc. Hay en ella un puntito de hubris, claro, pues uno siempre se hace en un contexto y dentro de unas condiciones muy limitadas. También Marx, poco liberal-capitalista y poco anglosajón, utilizó sin embargo el concepto de autoconstrucción: el hombre se hace a sí mismo mediante el trabajo—eso es una noción marxista—pero en condiciones recibidas, no elegidas, condiciones not of his own making. La combinación de darwinismo y marxismo quizá espeluznase a más de uno que intente como Beorlegui conjugar la evolución con el humanismo cristiano, una empresa en última instancia imposible. Con una perspectiva no estrictamente biologista, es decir, que vaya más allá de lo biológico para tratar la evolución cultural, es comprensible que sí se pueda hablar de una autoconstrucción del ser humano y por tanto de una intencionalidad de la evolución humana—si bien es una intencionalidad borrosa, colectiva, resultado de la suma de muchas intencionalidades, y vista desde esa distancia la intención humana viene a parecer también como la intención de las hormigas, o la de una marea moviéndose. Con mucha actividad mental de por medio, eso sí, pero sin que ninguna mente individual dirija el movimiento. Supongo que esto viene a querer decir que la selección cultural, la selección consciente y guiada intencionalmente de los humanos, es una parte, parte especial si se quiere, de la selección natural. La dinámica de fluidos de lo humano pasa a ser una dinámica de fluidos mentales, y ya sabemos que las ideas están en dialéctica con el entorno (y van dos dialécticas): le dan forma, pero también salen de él como las plantas de la tierra que las puede sostener; y si deja de haber tierra, aire, o agua, se apaga el fuego de la invención, y las ideas se vuelven ideas de cucaracha.

Otra noción interesante puede conjugarse con esta dialéctica de hominización y humanización descrita por Beorlegui. Es la teoría de los nichos ecológicos, a la que ya me he referido de pasada. (Ver también "Los nichos no son todo (son lo único)"). En sustancia, el hombre (como otros animales, pero mucho más variada y activamente) no sólo se adapta a su entorno, sino que modifica el entorno para adaptarlo a sí mismo, o a su entorno ideal (y ya hemos topado con los ideales). Ideales más o menos universales, habida cuenta de la variedad de culturas humanas y a la vez de sus núcleos comunes. La adaptación a un entorno puede llamarse hallar un nicho ecológico, y la transformación de ese entorno en un proceso de dialéctico de retroalimentación (y  ya llevamos tres retroalimentaciones dialécticas diferentes) es una nueva dimensión de la adaptación, una dimensión que cobra especial importancia en algunas especies y muy en concreto en el ser humano. La intensidad con la que éste (éste en primera persona) transforma el ecosistema, el paisaje, y el medio no tiene par, y plantea problemas, precisamente, ecológicvos. Quizá por esta vía acabemos haciendo nuestro nicho ecológico en un sentido indeseable de la palabra nicho.

En una especie tan activa e innovadora como la humana, el entorno está sometido a cambio constante. Se dice que la evolución cultural es acelerada porque es lamarckista: los caracteres adquiridos se mantienen y heredan, si así interesa y son ventajosos—y eso lleva a un desarrollo acelerado, incluso en las llamadas sociedades tradicionales—donde siempre el tiempo de los abuelos era distinto del de los nietos—y tanto más en la sociedad moderna. Cada innovación cambia el contexto, y por tanto también ha de cambiar el sujeto que en él vive, para adaptarse a él. Cambiamos el entorno para adaptarlo a nuestras necesidades, pero entonces hemos de cambiar para ese entorno; por otra parte otros nos lo cambian, por lo mismo, buscando un equilibrio, y el intento de equilibrar desequilibra y lleva a más cambios. En esa aceleración estamos, esperando una deceleración o suave o traumática, según donde estemos ubicados.

Sea como sea, es interesante observar y entender este proceso de construcción de nichos ecológicos que en el caso del ser humano son obviamente nichos culturales: culturas como modos de construir una sociedad sostenible en un entorno determinado. Últimamente, en un entorno global, cada vez más desequilibrado y cambiante por la aceleración del progreso tecnológico y de los intercambios comunicativos y comerciales a escala planetaria. La humanización se encuentra así frente a su propia disyuntiva y sus propios límites: cómo hacerse a uno mismo sin a la vez deshacer el entorno que hace posible ese proceso de autoconstrucción.  Hoy he empezado a leer The Social Conquest of Earth, de E. O. Wilson, autor que ha insistido en las cuestiones de viabilidad ecológica, sostenibilidad y biodiversidad y la manera en que peligran por el auge de la población humana.

La socialidad compleja, la comunicación, y la capacidad de alterar organizadamente el entorno que proporcionan son, desde luego, las claves del auge de la especie humana. Un auge tal que perdemos la visión del entorno natural en que vivimos, para creer que es únicamente el entorno humano el recurso que hay que explotar. Creamos estados, ejércitos, equipos, religiones e instituciones para organizar la producción, el comportamiento y la explotación del trabajo social. Free riders en la medida en que podemos, aprovechamos los recursos de la socialidad para explotar organizadamente no ya a otros seres, sino el trabajo organizado de unos y otros, y en esa explotación de segundo grado (la explotación del hombre por el hombre, y volvemos a Marx) consiste en gran medida la organización de la socialidad humana: Estados, colonias, impuestos, promociones y subvenciones. 
 Un nicho ecológico adecuado es hoy en día un buen nicho de mercado, o un puesto cómodo en la Administración de un país del primer mundo. Google no miente, y buscando "evolution" es esta imagen la que aparece en primer lugar:

evolution-homocomputer 


Saber de dónde venimos, quiénes somos, y a dónde vamos, las preguntas que ya no se hace la filosofía según Wilson. Es posible que algunos hayan apartado la vista por lo desagradable del asunto, una vez se investiga. Son preguntas que en el caso de las dos primeras pueden ser contestadas por la ciencia, a un determinado nivel. La tercera es más ardua, en la medida en que no hay ciencia del futuro.

Comprendernos como especie requiere, visto como es nuestro conocimiento, que funciona por analogía, compararnos con una especie no humana. Y el resultado siempre es desazonador y deshumanizante.
Contemplar la explotación del hombre por el hombre, como recurso natural abundante, y más frecuentemente aún de la mujer por el hombre. Vernos a distancia, como una especie social en un nicho ecológico, es a la vez educativo e inquietante, pues nos muestra en buena medida qué somos los humanos más allá de la retórica ilusionista que solemos emplear para hablar de nuestras cosas. Vistos con cierta distancia nos vemos, como poco, como homínidos. Singularmente organizados, eso sí.

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Gene-Culture Coevolution


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