Anatomía de un Instante: Una causualidad
domingo, 15 de marzo de 2015
Anatomía de un instante: una causualidad
Me entretiene mucho Sánchez Dragó, persona que a muchos entretiene e irrita a muchos. Yo lo considero una fuerza de la naturaleza, por sus muchas capacidades que me desbordan, empezando por la sociabilidad, la simpatía y la labia. Y siguiendo por todo lo que lee y cómo se le queda y se le combina en la cabeza. Sólo lo he visto una vez en directo, en una interesante conferencia que dio, sentado, con el título de "Y el mono se irguió y habló." A veces me irrita también su levedad del ser o frivolidad deliberada, y hasta le reconvine algunas opiniones pro-falangistas en su libro Muertes paralelas. Me encanta la enciclopedia mitopoética de Gárgoris y Habidis, y su mezcla feliz entre documentación y fabulación. Y la manera en que a fuerza de hablar desinhibidamente del escritor y sus circunstancias, complica Sánchez Dragó la relación entre ficción y realidad y crea metaficción ambulante y locuaz.
Otra de las cosas que sí me irritan de Sánchez Dragó es su misticismo pop, qué le voy a hacer, materialista que es uno.
Y sin embargo me divirtió lo que me sucedió ayer mientras le oía (le leía, vamos), digresionar sobre las sincronicidades de Jung, esas coincidencias prodigiosas a las que Sánchez Dragó llama causualidades—porque volvemos sobre ellas y les damos sentido a toro pasado, una vez han sucedido, buscando retroactivamente causas donde la simple casualidad nos ofende demasiado por su improbabilidad. Es un tema, el de las sincronicidades y causualidades, que me tiene que interesar necesariamente, dado mi interés por lo retro.
Me compré el otro día, en la misma tancada, dos no-novelas, o novelas de no-ficción, la última de Sánchez Dragó, La Canción de Roldán, y El impostor de Javier Cercas. Esta última se la pasé a Beatriz, y yo la emprendí con la de Sánchez Dragó.
Empieza éste con una discusión de las casualidades, ya que conoció por casualidad a Luis Roldán, en el Teatro de los Gatos de Moscú, pocos días antes de que su editor le propusiese, o encargase, escribir un libro contando la historia de Roldán (ahora que los corruptos son fashion). Bueno, todo tiene explicación parcial, hasta las causualidades. Pero Sánchez Dragó adereza esta sincronicidad con otras varias; por ejemplo, que le habían nombrado a Roldán en Laos, lugar donde supuestamente se había escondido Roldán, antes de ser entregado a las autoridades españolas por el Capitán Khan, a no confundir con el Capitán Tan. Esto fué en Don Khon, donde Sánchez Dragó estaba leyendo El Cero y el Infinito, de Arthur Koestler, que le iba a inspirar la idea animadora del libro sobre Roldán, y (a la vez, oh causualidad), también estaba leyendo El misterio de las coincidencias, escrito por un tal Eduardo Zancolli, traumatólogo o taumaturgo de Buenos Aires.
Zancolli se remite, por supuesto, a las sincronicidades de Jung, y así recoge su enseñanza Sánchez Dragó:
* Simultaneidad de dos o más sucesos vinculados entre sí de forma acausal. Así suele definirse el fenómeno al que aludo. (La Canción de Roldán, 21)
Koestler, Roldán, Laos, Jung y Zancolli. Causualidades, o no. Pero aún había otro libro en la maleta:
Cercas. Coño. Mira que hay autores en el mundo. A Beatriz la tengo al lado leyendo El Impostor, de Javier Cercas. Le menciono la coincidencia. También Cercas inspiró a Dragó:
Otra sincronía, otra causualidad. ¿Me buscaba una novela sin que yo ni su protagonista lo supiésemos?
Era el cuarto aviso.
El quinto (y último) estaba a punto de llegar. (La Canción de Roldán, 23)
Por ahondar en el tema de las sincronicidades, le pregunto a Beatriz de qué iba el libro de Cercas, y de qué hablaba en este momento. Iba El Impostor sobre el impostor Enric Marco, un estafador que se hizo pasar por superviviente del campo nazi de Mauthausen. En la página 16, escribe Cercas:
Y la frase Anatomía de un instante es la que estaba leyendo Beatriz en el instante en que le llamé la atención sobre esta sincronicidad.
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