Retropost (2006): Los girasoles ciegos
Los girasoles ciegos 
Publicado en Literatura y crítica.  com. José Ángel García Landa 
Es  una colección de cuatro relatos sobre la guerra civil, único libro de  Alberto Méndez, publicado en 2004, poco antes de su muerte a finales de  ese año; obtuvo el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de  Narrativa en 2005. Es un libro triste, escrito desde el punto de vista  de los perdedores, y es una especie de meditación y testimonio sobre la  derrota. No sólo política o militar: para los personajes de este libro  se convierte en una derrota existencial; han sido derrotados en sus  vidas y sus aspiraciones ya no políticas, sino familiares y personales.  Comprendemos así desde dentro parte de la experiencia de muchos  españoles a consecuencia de la guerra civil, contrastando los problemas  prácticos y la sensación claustrofóbica de los derrotados, con la  retórica hueca y las consignas de los vencedores. Es inevitable, claro,  que sólo uno de los bandos aparece retratado con rostro humano; el otro  es una caricatura—caricatura en la que se convirtió por vocación propia,  claro, por los ideales defendidos, por la hipocresía cruel con la que  se defendían, y por la retórica grotesca utilizada para defenderlos.
 
La  primera historia, "Primera derrota: 1939 o Si el corazón dejara de  latir", va sobre un capitán del ejército rebelde que, en la víspera de  la toma de Madrid, se rinde con  premeditación y alevosía a los republicanos derrotados; un acto  kafkiano que ni los republicanos ni los nazionales saben cómo  interpretar. Lo hizo por no participar de una victoria que consideraba  obscena:
"...  el procesado responde que ... sabe que en noviembre de 1937 el coronel  Ríos Capapé y Mohamed el Mizzian llegaron hasta la parte alta de la  calle Ferraz, en el centro de Madrid, donde sólo encontraron una  resistencia de francotiradores en retirada.
  "El declarante es mandado callar y lo hace.
  "Preguntado acerca de si son las gloriosas gestas del Ejército Nacional  la razón para traicionar a la Patria, responde: que no, que la  verdadera razón es que no quisimos entonces ganar la guerra al Frente  Popular.
  "Preguntado que si no queríamos ganar la Gloriosa Cruzada, qué es lo  que queríamos, el procesado responde: queríamos matarlos." (27).
El  capitán Alegría termina siendo fusilado, mal fusilado, pues sobrevive, y  es rematado más adelante en otro cuento. La segunda historia, o  "Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido" va sobre un  chaval joven que escondido en un cobertizo en la montaña ha tenido un  hijo con su novia; esta ha muerto, y el jovenzuelo, con veleidades  literarias, escribe un diario mientras pasa el invierno, al que no  sobrevivirán ni él ni el niño. Es una especie de alegoría de la muerte  de la esperanza. Aquí falla un tanto el control de simpatías del autor,  pues a mí se me hace repelente este personaje que durante días ni se  molesta en alimentar al recién nacido, concentrado en su dolor y eso sí,  escribiendo su diario (necesario para motivar la narración en primera  persona). En fin, no andaba desacertado al pensar que de todos modos  daría igual. 
"Tercera  derrota: 1941 o El idioma de los muertos" es una historia de juicios  sumarísimos seguidos de sumarísimos fusilamientos. El protagonista  sobrevive porque conoció al hijo del juez militar en la cárcel de Díaz  Porlier, y le va contando a él y a su señora, haciéndose el estrecho, lo  bueno y heroico que era su hijo... hasta que harto de la pantomima,  elige decirles la verdad, que era un falsario sinvergüenza y criminal,  para que lo fusilen a él ya de una vez. 
La  "Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos" es a tres voces: el  narrador en tercera persona que cuenta la historia de un "topo"  republicano en Madrid, ocultado por su esposa en un armario con doble  fondo. También oímos la voz del que fue el niño hijo de la pareja, y la  de su profesor, un cura patético que persigue a la madre a la vez que se  azota mentalmente por los embates de la Carne. Al final, su acoso lo  llevará a descubrir al marido oculto, que se suicida despeñándose por el  patio de luces. Es quizá este cuento el más logrado por el afinado  contraste de voces, entre las experiencias vistas desde el punto de  vista del niño por una parte, la falsísima conciencia del cura, que por  lo familiar que suena desacredita totalmente a la experiencia religiosa  de los vencedores (una religión de fantoches, vamos), y por fin la  triste realidad objetiva de la opresión y el encarcelamiento mental  representativos de todo un país.
A  medida que pasaban los días, mi padre estaba cada vez más tiempo en el  armario. Llegó un momento en que mi madre y yo comíamos en la mesa de la  cocina y él en su escondite. Masticaba con una parsimonia desesperante,  como si quisiese evitar el ruido que hace el pan de centeno cuando se  muerde. Todo empezó a impregnarse de tristeza. Me sentí culpable porque  aquel armario comenzó a adquirir el olor del Metro y a mí me parecía que  eso terminaría atrayendo a los leprosos. (149).
En  fin, un memorial de la desesperación, como para recordar hoy, 70  aniversario triunfal de la guerra, la dimensión que tuvo ésta hasta lo  más hondo de las vivencias, actitudes y emociones de quienes la  vivieron. O vivimos. Porque si somos lo españoles como somos, es en gran  parte por haber crecido con estos derrotados, y con estos triunfadores. 
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