Heredando a mi pesar
Muy  a pesar nuestro, hoy nos dedicamos a heredar los bienes de mi padre.  Aun si no contamos el Requisito Previo que las posibilita, las herencias  suelen traer tanto de malo como de bueno. Cuántos hermanos acaban  riñendo por la herencia. En fin, espero que no sea nunca el caso, aunque  donde hay mucha gente será inevitable que haya alguna divergencia de  ideas o planes. Que somos, aparte de mi madre, no menos de diez  hermanos, y sus respectivas que tienen bienes gananciales, y las futuras  viudas expectantes, y no contamos a los dieciocho nietos, que ya les  tocará otro día. Pero desacuerdos no ha habido, para nada; lo más  difícil ha sido conseguir reunir a todos para firmar papeles en el mismo  cuarto, a los de Holanda, los de Biescas, los de Valencia, los de  Madrid y los de Galicia. Pocas veces se ve esto ya, y menos que se verá  supongo. Eso es algo que mi padre nunca entendió o aceptó: la manera en  que cada generación se van distanciando un grado más los que se criaban  juntos. A los hermanos se les ve cada vez menos, y los primos son, como  los abuelos, una institución perteneciente a la infancia. La reunión  familiar ha sido en Sabiñánigo, cuyas calles piso raramente desde los  años del instituto, y luego hemos comido todos en Las Margas, encima de  la pista de golf, desde donde se ve una perspectiva del valle que aún no  conocía. He estado haciendo unas fotos por Arás, que estaba precioso  con los colores de otoño. Donde fue la tragedia, titularé  alguna de ellas. Y ahora estoy en Biescas; mañana llevaré unos cuantos  holandeses y nholandeses al aeropuerto, todos de vuelta. Yo también, un  poco más de todo.
 
 
 
 
       
		
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