Hugo y la medialepsis
lunes 5 de marzo de 2012
Hugo y la medialepsis
Hace años le compré a Ivo la novela gráfica La invención de Hugo Cabret de Brian Selznick, y hoy hemos ido a ver su versión filmada por Martin Scorsese; más para mayores nostálgicos que para niños—pero una gran película de homenaje al cine, y al gusto particular de Scorsese por los directores olvidados y los precursores de los tiempos heroicos. Aquí homenajea a Méliès, un alter ego emocional quizá, pues al margen de sus películas pioneras de los efectos especiales fue en su vejez el primer conservador de la cinemateca francesa. Es curioso que este año le haya caído la lluvia de Oscars a esta película y a The Artist, dos películas "metafílmicas" y con mucho de retro: el cine está de lleno en fase retrospectiva y reflexiva. Aquí hay una serie de trailers precedidos de un making of, curioso verlo en esta película que va sobre cómo se hicieron las primeras películas. La reseña muy bien Roger Ebert, pinchando en la imagen. Aquí también entramos y salimos de un mundo a otro en un abrir y cerrar de ojos, y la gran película de Internet aún está por hacer—algún día la veremos.
La película es un hervidero de referencias al cine antiguo y una recreación hipnótica del París de hace ochenta años; hasta en sus menores detalles juega con el medio. Por ejemplo, en ese increíble travelling incial, en ese otro travelling que atraviesa una ventana de cristal, en la escena en que Hugo e Isabelle están viendo un libro sobre el cine antiguo, y vemos la foto del autor que e está de pie detrás de ellos, como salido de la foto.
Ví en un vídeo de Internet que el autómata de la película fue construido de verdad—no con efectos digitales, sino un auténtico autómata capaz de dibujar la cara de la luna de la película de Méliès. Ahora lo buscaba, y doy con mil vídeos sobre Hugo, y los oigo de trasfondo mientras escribo esto, se me vuelve a pasar la película por la mente y por el trasfondo del ordenador. También vale la pena observar que en un álbum de cromos que tenía de niño salía Harold Lloyd, "el hombre mosca", en la escena del reloj.
Hoy leía en Codicille, de Gérard Genette, que también viene del París de los años 30 por cierto, sus últimas reflexiones sobre la ruptura de marco o metalepsis como él la llama:
El vacío acecha mucho, incluso en una obra tan llena y con tantos planos de profundidad. Y es que la película también es amarga, como Sunset Boulevard, como cualquier película sobre una vieja gloria, más para ancianos que para niños. A pesar del happy end, se ve con cierto escepticismo de a dónde van a parar las ilusiones y los sueños y las cosas que se hacen con tanto cariño y atención. Pocos las aprecian cuando la atención va a otra parte. Méliés sí acabó vendiendo juguetes en un puestecillo de la estación de Montparnasse. Y aunque le dieron la Legión de Honor, no salió de pobre, y los homenajes tardíos sólo en parte, poca, compensan el paso del tiempo. Si es que ni el éxito lo compensa. El tiempo, el tiempo... El cine, y el reloj, y la historia, llevamos el tiempo dentro de la maquinaria del cuerpo.
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