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Vanity Fea

El jardinero fiel

Una de las mejores películas del 2005, dirigida por Fernando Meirelles, y basada en la novela de John Le Carré. Se presenta como un ataque contra las políticas abusivas, racistas y neocoloniales de las compañías farmacéuticas, utilizando a los africanos como conejillos de indias para sus productos antes de su comercialización oficial. Todo con la previsión (o esperanza) de que haya una pandemia de tuberculosis en el futuro próximo, y se forre quien sobreviva y tenga la medicina a punto. Según dice  Le Carré en los créditos finales, aún ha suavizado mucho la realidad... y eso que la de la película incluye sobornos masivos, tratos con mafias, asesinatos de voluntarios ONG entrometidos, y connivencia entre las embajadas de Occidente y los negocios sucios oficiales y extraoficiales. Una de las cosas que hace muy bien es mostrar los lazos subterráneos pero muy reales que unen a los negocios y a la política en el mundo globalizado donde si alguien estornuda en Europa le cae algo en la cara a un africano.

El "jardinero fiel" es el protagonista, Ralph Fiennes, diplomático británico de segunda, que vive feliz siguiendo la corriente a sus superiores, no metiéndose donde no le llaman y dedicándose a la jardinería. Quizá sea esto de la jardinería una alusión al Cándido de Voltaire, que al final desesperaba de arreglar el mundo y adoptaba la máxima de "cultivar su jardín". Aquí la filosofía de Fiennes, si era esa, sigue el camino inverso: a través de su esposa, ricacha metida a voluntaria investigadora anticapitalista, se ve envuelto en la intriga de destapar a los diplomáticos corruptos y a las multinacionales asesinas, en especial cuando la asesinada es ella y su colaborador africano (y gay, aunque a Fiennes le presionaban con anónimos denunciando un affaire entre ellos).

Pasa pues Fiennes de diplomático escurridizo a investigador comprometido, y rompe con ello todas las reglas de etiqueta diplomática y los sobreentendidos y old school ties de la embajada; pasa de europeo con campo de fuerza protector a víctima voluntaria, que va a que lo asesinen al mismo sitio donde habían matado a su mujer. Ésta a su vez pasa de ligeramente histérica y mala cabeza, e incluso sospechosa de frivolité, a ser una santa inspiradora que se le aparece a Fiennes en flashbacks y le recuerda su auténtica misión: comprometerse de verdad con lo poco que se pueda hacer, ya que todo no lo van a poder salvar. Abandona el jardinero su jardín, sin por ello perder el escepticismo y pasar a creer que el mundo tiene remedio. No lo tiene, los malos son demasiados poderosos, pero hay que morir luchando.  Y eso requiere, en su caso, dejar de ser un británico protegido por los sobreentendidos del postcolonialismo, para ser un hombre sin patria (mi patria eres tú, le dice al fantasma mental de su esposa) y sacar las consecuencias de que las vidas y caras negras que ve pasar todo el día por delante de él son seres con la misma dignidad y derecho a la vida que él. Abre los ojos para darse cuenta de que la violencia tiránica, la opresión abusiva y genocida, está en sus mismas narices si elige verla.

Es, sobre todo una película sobre (y contra) los sobreentendidos que rigen los tratos entre los gobiernos y los poderosos. El mayor sobreentendido: que no hay que salirse del tiesto y cuestionar las maneras de hacer que nos vienen dictadas por nuestros superiores, ni cuestionar sus acciones ni métodos aunque nos parezca que no cuadran con lo que predican. Sobre eso va el primer flashback de la película, cuando Fiennes conoce a su esposa Weisz. Él leía una conferencia de circunstancias de su jefe (la voz de su amo, vamos), alabando la diplomacia y la democracia. Y desde el público le interpela Weisz: "¿Diplomacia? ¿Democracia? Y qué hacemos declarando la guerra a un país (Irak) por seguidismo a los americanos?" —Pues sí, qué pregunta tan incómoda, verdad...  Aquí en España, al PP a estas alturas aún le entra por un oído y le sale por el otro, esa pregunta. Aunque lo de "haz lo que diga el jefe, sin chistar, y tu criterio te lo guardas en el bolsillo" se lleva mucho en todas partes—qué tal si empezamos por mirarnos al espejo, y no hablo por mí, claro.

Peca de fatalismo o derrotismo la película cuando va Fiennes a que lo maten al lago donde mataron a su mujer. (Matones negros, claro, triste ironía). Es romántico, pero es sentimental y derrotista. Aquí no gustar. Puestos a salirse del tiesto, es aconsejable en las ejecuciones darle una patada en los huevos al verdugo, aunque quede poco serio y aunque sea un mandao.

En cuanto a méritos, aparte de meterse en camisas de once varas con una valentía que pocas películas tienen (me acuerdo sin embargo de El señor de la guerra), no es el menor de los méritos de esta película la manera en que está filmada, con mucho juego de imágenes pregrabadas en el ordenador, flashbacks que mantienen la intriga e incertidumbre sobre las acciones y motivos de Weisz simultaneadas para el protagonista y para el espectador.  Y un retrato de África inolvidable, con el colorido increíble y la mezcla caótica de primitivismo y modernidad, la pobreza atroz y las caras sonrientes, con mafiosos embrutecidos y pobres infelices pillados por enmedio, todo filmado a modo de documental, para recordarnos que la mayoría de esas caras que vemos en el trasfondo no son actores, precisamente. Mejor la próxima vez me cojo una de Woody Allen—los occidentales tenemos donde elegir, aunque normalmente lo hacemos sin pensar.

The Constant Gardener. Dir. Fernando Meirelles. Written by Jeffrey Caine, based on a novel by John LeCarré. Cast: Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Danny Huston, Bill Nighy, Pete Postlethwaite. Music by Alberto Iglesias. Ed. Claire Simpson. Prod. des. Mark Tildesley. Photog. Cesar Charlone. Co-prod. Tracey Seaward, Henning Molfenter, Thierry Potok. Exec. prod. Gail Egan, Robert Jones, Donal Ranvaud, Jeff Aberley and Julia Blackman. Prod. Simon Channing Williams. Focus Features / UK Film Council / A Potboiler Production / Scion Films, 2005.

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